Juan Masiá Clavel
Jesuita, Profesor de Ética en la Universidad Sophia (Tokyo) desde 1970, ex-Director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas, Asesor de la Asociación de Médicos Católicos de Japón, Consejero de la Asociación de Bioética de Japón, Investigador del Centro de Estudios sobre la Paz de la Sección japonesa de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz (WCRP), Colaborador del Centro Social “Pedro Claver”, de la Compañía de Jesús en Tokyo.
Debate en el Sínodo de Obispos sobre la complementariedad de la pareja
Ni la comparación popular con la media naranja, ni la alegoría platónica del andrógino bastan para describir la relación unitiva de dos personas que se acompañan mutuamente con un enlace íntimo y esponsal.
Tampoco es suficiente la explicación en términos de complementariedad, tan utilizada en la filosofía de Wojtyla (Juan Pablo II)) y en la teología de Ratzinger (Benedicto XVI, ) para justificar ideologías de exclusión y prejuicios de género en contra de la relación no heterosexual.
De cara al próximo Sínodo de los Obispos sobre la identidad y misión de la familia, la mentalidad legalista (canonista) y doctrinal (dogmatizadora) choca con el talante personalista y pastoral de los que buscan la reforma evangélica y humanizadora de la tradición católica.
La confrontación se acentúa cuando se tratan dos temas controvertidos: la acogida en la vida eclesial de personas divorciadas casadas de nuevo civilmente y el reconocimiento del enlace matrimonial de parejas no heterosexuales.
El campeón de la línea doctrinaria, Cardinal Müller, afirma tajantemente que es indiscutible la relación matrimonial heterosexualmente complementaria, única, exclusiva e indisoluble. Un representante típico de la línea abierta, el Cardenal Marx, no tiene reparo en reconocer valores positivos en las parejas homosexuales que duran toda la vida, en las uniones prematrimoniales y en los matrimonios civiles posteriores a un divorcio.
La moral teológica renovada y renovadora de la época postconciliar llevaba décadas desarrollando el concepto de matrimonio como “comunidad íntima de vida y amor” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 48). Pero los citados enfoques (exclusivistas y con prejuicio de género) de Wojtyla y Ratzinger sobre la complementariedad (heterogenital y reproductiva) seguían frenando el avance del pensamiento revisionista que abre la puerta a una comprensión personal y humanizadora de la complementariedad de la pareja.
Se espera que en los debates del próximo Sínodo madure la manera más amplia y profunda de entender la complementaridad de la pareja: no reducirla a completarse (quasi económicamente) o una complementaridad sesgada (solo sexual y reproductoramente), sino como un proceso de ir haciéndose una persona en dos personas que se acompañan humana, íntima y personalmente.
Este proceso de unirse hacia la indisolubilidad como meta del camino, puede realizarse, y está llamado a realizarse, tanto en una pareja heterosexual como en otra no heterosexual. También es cierto que puede fallar, interrumpirse o perderse irreversiblemente, tanto en el caso de una relación heterosexual como en otra no heterosexual.
El criterio para evaluar la moralidad de una determinada relación no será el completarse o complementarse en sentido estrecho, sino el mutuo acompañarse dignamente (“compañía digna”, que no esclavización mutua, es el criterio inspirado por la narración bíblica de los orígenes, Génesis 1,18).