Domingo 12º del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Evangelio según san Marcos 4,35-40

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.

Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»

El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

Palabra del Señor

Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Después de la experiencia, viene la pregunta. ¿Quién es este? Cuando no tuvo miedo al oleaje, cuando no tuvo miedo a los fanáticos enloquecidos que le perseguían, cuando no tuvo miedo ante las autoridades del Templo. La verdad es que se enfrentó a una sociedad rota de pobreza y dominada. El peligro no estaba en el lago Tiberíades más o menos revuelto. El peligro venía de una sociedad machacada por una religión utilizada como látigo de pobres y enfermos. ¿Quién es este que no teme a las masas ni a los jefes?

Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Experimentar que Jesús está dormido está al alcance del que tiene fe y del que no la tiene. La imagen del Tiberíades es un fotograma de nuestra sociedad. ¿Duerme Dios? Si Jesús vino a salvarnos, si él es nuestra esperanza, ¿Cómo es posible que se duerma mientras nos vamos a pique, no los de Galilea sino el mundo entero? No son sus milagros, ni su muerte lo que me da miedo a este lado de la Resurrección, es su sueño sobre el almohadón.

«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Día a día, generación a generación: ¿No te importa que nos hundamos?

«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». La fe debe tener un gran componente de valentía. Le pasó a Pedro aquella noche en la que se acobardó, por tres veces, ante una criada de los señores del Templo. Expresar nuestra fe también puede ser cuestión de valentía ante los demás.

“El viento cesó y vino una gran calma”. Sí, vendrá la calma. La fe nos traerá la calma. Y conviene que lo sepan quien navega junto a nosotros.

Luis Alemán Mur