La fe de la que hablamos los creyentes cristianos, pretende llenar un vacío, una soledad, una inmensa lejanía, un miedo a la gran estafa, un temblor óseo, una duda de principio y de final. Un vértigo. En último término se busca una fe a la que agarrarse cuando fallan los demás agarres. Se habla de una Fe que lo soluciona todo, para huir de la nada o del gran aburrimiento. Fe para no hacer el imbécil, para no convertirse en el tonto del pueblo. Fe para ser alguien, para huir del ridículo.

En primer lugar, la fe de la que hablamos los cristianos no es fe en algo sino fe en Alguien. Un Alguien que fue historia porque nació, vivió y murió entre los hombres.

En segundo lugar. Para tener fe en ese Alguien no basta con conocerlo o estudiar su historia. Esa fe de la que hablamos necesita una fuerza o soplo del Espíritu. Esta intervención del Espíritu es fundamental. Lo sabemos por la reiteración de Jesús al hablar de la Fe. Como persona debes estudiar la historia para saber en quien crees, vivir con una comunidad creyente, abrir tu mente y esperar. Y al final la Fe y la duda siempre caminaran juntas.

En cuanto los amigos judíos del muerto comenzaron a cuchichear de casa en casa, en voz baja sobre el muerto recién resucitado, sembraban una noticia y una duda. Antes que los jefes del Templo y autoridades civiles, eran ellos los que sembraban la duda. De forma que simultánea a la certeza de la resurrección se difundía el temblor de la duda sobre la resurrección. Las noticias de aquellos días han llegado a nosotros en forma de evangelios. Se escribieron, con toda seguridad, entre los años 65 hasta el año 100. Dada la forma de escribir de la época será siempre difícil distinguir qué hay de apología en estos escritos o qué de fotografía de los hechos.

El testimonio más cercano a la resurrección de Jesús, fuera de los evangelios pero sí dentro del Nuevo Testamento es hacia el año 52 d.C. 1ª carta de Pablo a los Corintios, escrita desde Éfeso:

Cap.15
“Ahora, hermanos, quiero comunicaros la buena noticia que os anuncié: la que aceptasteis y mantenéis, la que os salva, con tal de que conservéis el mensaje que os anuncié; de lo contrario habríais aceptado la fe en vano. Ante todo, yo os transmití lo que había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y después a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez: la mayoría viven todavía, algunos murieron ya; después se apareció a Santiago y después a todos los apóstoles. Por último se me apareció a mí, que soy como un aborto. Pues yo soy el último entre los apóstoles y no merezco el título de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Gracias a Dios soy lo que soy, y su gracia en mí”

No se puede olvidar de que el responsable de la permanencia de Jesús en el tiempo, de su enorme influencia en la historia y de su quehacer en cada creyente es el Espíritu Santo. Él es el responsable de la permanencia de Jesús.

Luis Alemán Mur