V CENTENARIO DE SANTA TERESA
Hemos llegado al punto cumbre de la oración: dar la voluntad para que en todo se haga la voluntad de Dios. Este es el eje de la vida cristiana porque fue el eje de la vida de Jesús. Como veíamos no es una mera palabrería repetida, sino una verdadera entrega, sin vuelta atrás. La oración no consiste en estar mucho tiempo repitiendo y repitiendo palabras vacías. Sino un solo instante de lucidez y amor en el que la voluntad, es decir, el querer que motiva el actuar, se determine a confiar, con fe y esperanza en la Palabra dada por Dios.
Oímos hablar de meditación o de contemplación y pensamos en unos extraños arrobamientos del cuerpo acompañados de no sé qué extraños sentimientos que pueden hacer que el espíritu se transporte y eso solo es literatura. Es decir, son fenómenos que pueden suceder, pero no es oración. Pueden acompañar a la oración cuando se ha entrado en un estado de profunda conciencia, pero también pueden suceder practicando otras técnicas de relajación o meditación.
La oración que enseña Teresa deja a un lado esos fenómenos, precisamente porque a ella le sucedieron y sabe que eso no es, no sirve de nada. La oración es trato de amistad, implica amor que entrega la voluntad a la otra persona y que se traduce en obras concretas que se ven en la vida diaria. Porque no son fenómenos místicos aislados, sino es una mística de la cotidianidad, día a día, momento a momento, constante determinación y perseverancia. Donde la persona es totalmente transformada en la fe que actúa por la caridad. Sabe definir bien lo que es esa unión de voluntades que es la oración: “si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura”.
Y Teresa nos da su oración que puede ser la nuestra: C 32,10:
Cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que Vos, Señor mío, quisiereis.
Si queréis con trabajos, dadme esfuerzo y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es razón vuelva las espaldas. Pues vuestro Hijo dio en nombre de todos esta mi voluntad, no es razón falte por mi parte; sino que me hagáis Vos merced de darme vuestro reino para que yo lo pueda hacer, pues él me le pidió, y
disponed en mí como en cosa vuestra, conforme a vuestra voluntad.
Textos para la lectura.
Camino 32, 9. Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de darnos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en lasuya y desasirnos de las criaturas, y tendréis ya entendido lo mucho que importa, no digo más en ello; sino diré para lo que pone aquí nuestro buen Maestro estas palabras dichas, como quien sabe lo mucho que ganaremos de hacer este servicio a su Eterno Padre. Porque nos disponemos para que con mucha brevedad nos veamos acabado de andar el camino y bebiendo del agua viva de la fuente que queda dicha. Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella. Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis os escribiese.
C 32,10: Y en esto -como ya tengo escrito- ninguna cosa hacemos de nuestra parte, ni trabajamos, ni negociamos, ni es menester más, porque todo lo demás estorba e impide de decir «fiat voluntas tua»:
C 32,11. ¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don! No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura. Mirad si quedaréis bien pagadas y si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir.
C 32,12. Y mientras más se va entendiendo por las obras que no son palabras de cumplimiento, más más nos llega el Señor a sí y la levanta de todas las cosas de acá y de sí misma para habilitarla a recibir grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida este servicio. En tanto le tiene, que ya nosotros no sabemos qué nos pedir, y Su Majestad nunca se cansa de dar. Porque no contento con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a sí mismo, comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de lo que la tiene por dar. Hácela ir perdiendo estos sentidos exteriores, porque no se la ocupe nada. Esto es arrobamiento. Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces -como dicen- y cumplir El lo que ella le pide, como ella hace lo que El la manda, y mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer.
C 32, 13. La pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede nada sin que se lo den. Y ésta es su mayor riqueza: quedar mientras más sirve, más adeudada, y muchas veces fatigada de verse sujeta a tantos inconvenientes y embarazos y atadura como trae el estar en la cárcel de este cuerpo, porque querría pagar algo de lo que debe. Y es harto boba de fatigarse; porque, aunque hagalo que es en sí, ¿qué podemos pagar los que, como digo, no tenemos qué dar si no lo recibimos, sino conocernos, y esto que podemos, que es dar nuestra voluntad, hacerlo cumplidamente? Todo lo demás, para el alma que el Señor ha llegado aquí, le embaraza y hace daño y no provecho, porque sola humildad es la que puede algo, y ésta no adquirida por el entendimiento, sino con una clara verdad que comprende en un momento lo que en mucho tiempo no pudiera alcanzar trabajando la imaginación, de lo muy nonada que somos y lo muy mucho que es Dios.
C 32,14. Doy un aviso: que no penséis por fuerza vuestra ni diligencia llegar aquí, que es por demás; antes si teníais devoción, quedaréis frías; sino con simplicidad y humildad, que es la que lo acaba todo,decir: «fiat voluntas tua».