Evangelio según san Juan 15,1-8 

Dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”. Como norma general conviene, y a veces es imprescindible conocer las circunstancias históricas y geográficas en las que se escribió cada libro del Nuevo Testamento para comprenderlo mejor. El llamado evangelio de Juan fue escrito por una comunidad joánica. Se fue elaborando desde el año 30 hasta el 100. Esta comunidad joánica crecida alrededor del apóstol Juan o de su espíritu, se mantuvo fuera del seno del judaísmo. Prefirió establecerse fuera no solo de Jerusalén sino de Palestina. Para ellos, la Torá estaba seca: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”. En ese tiempo, la comunidad cristiana de Jerusalén estaba presidida por Santiago, no el apóstol sino el hermano o pariente de Jesús. Sin haber sido un seguidor de Jesús, después de la resurrección se creyó heredero y jefe, a la espera del inmediato restablecimiento del Reino judío. Esa comunidad fervorosa judía seguía fiel a la Torá. Subían diariamente a orar al Templo. A Pedro, Pablo y a la comunidad de Antioquía le ocasionaron muchas dudas y problemas.

“Permaneced en mí, y yo en vosotros”. Nos conviene repensar hoy este evangelio. Más de un creyente, más de un obispo, más de un cardenal, más de un convento, en tiempos turbulentos, duda si continuar a ciegas en aquella tradicional Roma.
Cambian mucho los tiempos y las circunstancias. Juan y los suyos no lo olvidaron: soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. No cabe duda de que la comunidad católica se ha desviado muchas veces del Jesús de Nazaret y no ha dado fruto.

“Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden”. Una de las más falsas y crueles deformaciones del evangelio es meter aquí cualquier referencia al infierno. La realidad es muy sencilla y triste de comprender: Un sarmiento arrancado del troco de la vid se seca, y ya no sirve más que para ser quemado. Un sarmiento sin vida.

Luis Alemán Mur.