Después de tener la oportunidad-suerte de estudiar por varias largas e intensas semanas el libro de los Hechos de los apóstoles, llegué a la conclusión de que los apóstoles después de la muerte y resurrección del Maestro se pasaron varios años siendo tan judíos como empezaron en Galilea. Tardaron demasiados años en convertirse al cristianismo. Puede que el más terco fuese incluso el advenedizo Pablo. En el libro de los Hechos se cuenta sobre todo la lenta conversión de Felipe, Pedro y Pablo. Y es que dejar una religión es mucho más difícil que abandonar padre y madre. Seguían con las mismas leyes, subiendo al mismo Templo convertidos en una secta del judaísmo. Costó mucho. Mucho trabajo y penas comprender el mensaje de Maestro.

A lo largo del libro de los Hechos, aparecen dos personas, como dos presencias de las que nunca dudan. Jesús, el resucitado, actuaba. Había resucitado y actuaba como si estuviera cumpliendo la promesa de estar con ellos hasta el final de los días. Y estaba con ellos de mil formas sutiles, pero evidentes. Nunca dudaron del Resucitado. ¡Resucitó, estaba allí!

La segunda presencia que los dirigió no sólo a ellos sino los acontecimientos era el Espíritu que prometió Jesús enviarles.

El único instrumento o medio de captar y aceptar la presencia del Espíritu y de Jesús el resucitado era la Fe.

Ha pasado tiempo. Jesús y su Espíritu siguen en medio de nosotros. ¿Qué cambia el hecho de 2.000 años de diferencia o distancia? El tiempo no corre nada para el que vive en la otra dimensión. El único cambio sólo podría estar en la densidad de nuestra Fe.

RESUCITÓ, ESTÁ AQUÍ

Luis Alemán Mur