¿POR QUÉ MUERE JESÚS
y
¿QUIÉN MATA A JESÚS? 

Desde pequeños, y más en tiempos de desastres o posguerra civil, a los jóvenes, niños y mayores se atormentaba y hoy se sigue atormentando, con la verdad catequética, homilética, en retiros espirituales de que todos nosotros fuimos los verdugos y seguimos crucificando a Jesús con cada pecado cometido.

En los púlpitos, los mejores predicadores han vibrado, y vibran aún, con descripciones coloristas al reproducir el horror de cada clavo, cada espina de la crucifixión. No ha habido escena más descrita y más atribuida que la del calvario. Nuestros pecados de obra y pensamiento fueron los asesinos de Jesús.

Detrás de esta tradición venida de muy antigua, y aumentada morbosamente en el romanticismo del siglo XVIII, pienso yo que hay, al menos, dos o tres grandes mentiras a las que se recurrió como recurso moralizante.

Primera gran mentira: Prescindir de la verdad histórica para escribir otra según nuestra devoción.

Segunda gran mentira: maniobrar y simplificar el concepto y realidad de “pecado” para poderlo utilizar como látigo de mano o como control de las masas.

La historia: A Jesús lo mataron los judíos con permiso del cobarde Pilato. O si se prefiere lo mató Pilato asustado por el vocerío y presiones de los sumos sacerdotes y senadores del pueblo judío.

¿Y qué causa se exponía para crucificarlo? Sencillamente porque Jesús no estaba de acuerdo con la religión del pueblo judío. Y este desacuerdo lo manifestaba pública y ardorosamente. Su ardor y los signos que mostraba inquietaban a la masa y a sus gobernantes. La religión judía llegó a ser una tapadera del desastre social y la mentira de un pueblo que presumía de ser el pueblo escogido del Dios único. Su Ley era considerada tan sagrada que hasta Dios la cumplía. El poder político y religioso de sumos sacerdotes y saduceos se sostenía exclusivamente en la religión del pueblo.

Es más, la religión judía con sus leyes, costumbres, y su imponente Templo era respetada en las naciones vecinas. Sin embargo, para Jesús solo era como una floreciente higuera de grandes hojas pero si fruto alguno. Una religión que al deformar lo humano deformaba la única imagen de Dios.

Las autoridades religiosas y sociales llegaron a la conclusión de que Jesús era un peligro para su estatus social. “Caifás, que era sumo sacerdote ese año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni tenéis en cuenta que os es más conveniente que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” Jn 11,50

Segunda gran mentira: el pecado al por menor. Por supuesto que la mentira, la hipocresía que producía el cumplimiento de leyes y ritos multiplicados hasta el ridículo frente a la marginación del débil, la viuda y el pobre hacían insoportable una religión inhumana. Pero no parece que fueran las infracciones concretas lo determinante. Era más bien lo que esa religión había hecho con su Padre y con los hombres.

Se metió a salvar a su Padre y a liberar al ser humano de un enrejado agobiante y empobrecedor. Y eso le costó la vida. Aquí está el porqué de su muerte. Y fueron el Templo y el poder civil quien decidió quitarlo de en medio.

Nos podemos y debemos sentir corresponsables de aquella realidad histórica si es que seguimos adorando a un Gran Ídolo y al imperio de su ley sin atrevernos a llamar padre al Padre de Jesús. Y además seguimos sin valorar, ayudar y amar al ser humano que nos rodea.

Convertir la muerte de Jesús en argumento de confesionario católico y en recurso para cerrar las puertas de un infierno pudiera ser no haber entendido nada.

Luis Alemán Mur