La misión de Jesús de Nazaret

Cómo fue el proceso histórico de Jesús desde que decidió entregar su vida a la implantación del Reino de Dios y se encontró con la cruz

Abarcó un corto espacio de tiempo, probablemente desde el año 28 hasta el año 30, pero significó un proceso histórico cargado de dinamismo, todo él inmerso en los avatares de la quebrada situación religiosa, social y política de la Palestina del siglo I. Concretamente, se perfila en él una dramática evolución en tres grandes etapas, que se corresponden con otros tantos proyectos de implantación de aquel acontecimiento de transformación histórica que Jesús llamaba reino de Dios.

Los inicios.

a) Los inicios de la misión de Jesús estuvieron en la misión del profeta Juan Bautista. Con su magnífico proyecto, Juan ofrecía de parte de Yahvé una salida a la profunda crisis de identidad en la que se encontraba el pueblo de Israel en aquel momento. Juan distinguía dos etapas bien diferenciadas.

  • La primera etapa era la así presente de su misión, que tenía el carácter de preparación de la etapa del futuro. La misión de Juan estaba localizada fuera de la tierra de Israel y tenía por finalidad el nuevo comienzo del pueblo, al estilo del Israel de los inicios. Juan simbolizaba ese nuevo comienzo con dos grandes signos. El signo del desierto, la zona deshabitada de la cuenca oriental del Jordán en la que Juan actuaba, señalaba la existencia del pueblo de Israel inmediatamente antes del ingreso en su tierra, la heredad de Dios. El signo del bautismo en el Jordán, que Juan mismo efectuaba y que por eso recibió el apodo de bautista, simbolizaba el nuevo ingreso de Israel, ya purificado, en la tierra prometida.
  • La segunda etapa, la decisiva, acontecería ya dentro de la tierra prometida, en un futuro muy cercano. Lo que Juan esperaba y anunciaba era la manifestación efectiva de la presencia salvadora de Yahvé, que iba a realizar la transformación histórica del pueblo de Israel dentro de su tierra renovada. Pero ya no sería Juan el mediador de ella, sino, de acuerdo con la esperanza tradicional israelita, una figura mesiánica especial, que Juan caracterizaba como alguien más fuerte que él.

b) Ese espléndido proyecto de Juan fue el que asumió Jesús en un primer momento. A eso apunta el bautismo que Jesús recibió por manos de Juan, un hecho inexplicable en el caso de que Jesús ya hubiera tenido en ese momento su propio proyecto. También lo supone el relato de su estancia en el desierto, que refleja el hecho histórico de que Jesús acompañó temporalmente a Juan y colaboró con él en su misión. Esos relatos testifican, en efecto, que Jesús asumió los dos signos fundamentales de la misión de Juan: el signo del bautismo en el Jordán y el signo del desierto.

La misión galilea

a) La misión autónoma de Jesús surgió a causa de la interrupción violenta de la misión de Juan. Paradójicamente, ese hecho, lejos de provocar el desaliento y la desesperanza, lo que hizo fue encender una nueva esperanza insospechada. Jesús descubrió en el acontecimiento traumático del apresamiento de Juan el signo de que Dios había decidido adelantar al momento presente su intervención definitiva, esperada por Juan para el futuro. Eso equivalía a su vocación como agente mesiánico de Dios, porque lógicamente, conforme al proyecto de Juan, Jesús mismo tenía que cumplir ahora la función del más fuerte esperado por Juan. Consecuentemente, fue entonces cuando Jesús comenzó a proclamar y a escenificar como ya presente el futuro anunciado por Juan. Por eso, su misión no tenía ya como escenario el desierto, la tierra deshabitada, sino el ámbito de la tierra de Israel. Porque era el tiempo de la presencia del acontecimiento liberador definitivo del reino de Dios, con el que Dios iba a transformar la historia del pueblo de Israel y, por su medio, la historia de todos los pueblos de la tierra.

b) La estrategia misional de Jesús esperaba que la renovación del pueblo aldeano galileo desencadenaría un proceso imparable que conduciría a la implantación del reino de Dios en el pueblo completo de Israel, con la ciudad de Jerusalén renovada como centro suyo, en donde se instauraría el reino mesiánico esperado. Se realizaría entonces la renovación del Israel total de las doce tribus. Ese sería, al mismo tiempo, el camino para la transformación de todos los pueblos de la tierra. El proceso culminaría en el disfrute de todos los pueblos, junto con Israel, del gran estado de paz y de plenitud de vida en una tierra transformada, que Jesús describía con la espléndida imagen, ya tradicional en la esperanza israelita, del gran banquete de fiesta.

La misión final

a) El origen de la etapa final de la misión de Jesús fue precisamente la crisis provocada por el rechazo de su misión galilea. La situación aparentemente desesperanzadora del fracaso de su misión en las aldeas de Galilea se convirtió para Jesús en la señal del adelantamiento del estadio definitivo, el de la renovación del pueblo completo de Israel. Fue entonces cuando tomó la decisión de ir a Jerusalén, la capital de Israel, para instaurar allí un reino mesiánico especial, que sería la mediación para la implantación definitiva del reino de Dios. Ese fue el sentido de los signos proféticos efectuados por Jesús a su llegada a Jerusalén: su entrada triunfal en la ciudad y su consiguiente acción en el templo, cuyo sentido él habría explicado con el dicho de la destrucción del templo actual y de la construcción de uno nuevo. La base de esas dos acciones simbólicas fue, sin duda, la instauración del reino mesiánico, dentro del cual se iba a renovar el pueblo entero de Israel junto con sus instituciones, comenzando por la principal, el templo y su culto.

b) Dada su experiencia de oposición a su misión galilea, sería extraño que Jesús no hubiera contado con la posibilidad del rechazo de su nuevo proyecto. Debió pensar incluso que ese rechazo le conduciría a la muerte violenta, porque lo que estaba en juego era, ni más ni menos, el enfrentamiento frontal entre el reino de Dios y el reino mesiánico por él escenificados y la institución central de poder del pueblo de Israel, ligada al templo jerosolimitano. Fue esa posibilidad, en un principio solo previsible, la que al final se le impuso con certeza. Esa certeza surgió, probablemente, a raíz de la reacción de hostilidad que levantaron sus signos en Jerusalén.

En esa nueva situación lo único posible para Jesús, si es que quería continuar con su intento de implantación del reino mesiánico y del consiguiente reino de Dios, y no abandonarlo por inviable, era integrar precisamente su muerte violenta dentro de su proyecto. Y eso fue lo que hizo, según testifica la interpretación que dio de su muerte inminente en la última cena celebrada con sus discípulos en la noche antes de morir. La muerte del agente mesiánico, el aparente fracaso del proyecto del reino, se convertía entonces, paradójicamente, en el nuevo camino misterioso para su realización definitiva.

c) Ese fue realmente el último y definitivo proyecto de Jesús. Su fundamento lo pudo poner él mismo, el agente mesiánico, con su muerte salvadora, en la que se concentraba y culminaba toda su actividad en servicio del reino de Dios. Pero su realización plena se tendría que efectuar necesariamente más allá de su muerte, lo cual implicaba necesariamente su resurrección. Esto quiere decir que el último proyecto de Jesús estaba, en su misma estructura básica, abierto al futuro, que, como siempre pero ahora de un modo evidente, estaba en manos de Dios, el soberano del futuro.

Recogido y adaptado por Luis Alemán de la Introducción:

NUEVO TESTAMENTO

SENÉN VIDAL

Sal Terrae