Los célibes lo padecen en mayor número y gravedad

¿Acaso podría tal valoración seriamente científica contribuir a que el celibato opcional se abriera paso cuanto antes en la disciplina- legislación eclesiástica?

El temario de las conversaciones que enmarcan y sustentan las tertulias del grupo de sacerdotes jubilados en el que me inscribo, y del que a veces aquí hago sensatas referencias, nos lo dictan con ponderado rigor las noticias suministradas por los diversos medios de comunicación al uso, con mayor o menor habilidad o torpeza, según los casos y los adminículos.

Por “estatutos”, prudencia y buen gusto, rehuimos toda exégesis acerca del tiempo climático que hizo, que hace o que hará, y delas dosis de píldoras- pastillas que se toman por sugerencias de familiares o amigos, o por prescripción facultativa.

Rechazamos también los comadreos sobre los obispos, con la pretensión higiénica, ascética y mística, de seguir con fidelidad y confianza el mandato del Papa Francisco sobre los “dimes y diretes”, habladurías y chismorreos propios de clérigos “vagos”, sobre todo en las altas esferas, aún cardenalicias, que tanto desdoran la imagen de la Iglesia.

De política, y menos “eclesiástica”, nada de nada. Lo estrictamente indispensable de cuanto se relaciona con las sexualerías, y más si estas se inscribieron ya en actas “para”, o “pre” judiciales, con nombres y apellidos que disimulan las letras “X.X.X.”, junto con los adjetivos prescritos, tales como “supuestos” o “presuntos”, con el fin de evitarse hipotéticas complicaciones legales.

Pero en esta ocasión, y previo aviso y aceptación colectiva del “sin que sirva de precedente”, la conversación giró en torno al dato de que la mayoría de los componentes del grupo habíamos pasado por quirófanos, cuyos profesionales que los atienden, confieren la honrosa titulación clínica de “prostáticos” a aquellos sobre cuyo organismo pusieron sus manos y su instrumental, con ciencia y habilidades urológicas.

Sobre esta base, asentada además en datos y experiencias propias y ajenas, la conversación se tornó en reflexión al filo de aportaciones científicas, para algunos es posible que hasta extrañas e “inmorales”, suministradas por especialistas en la materia. Estas les instaban a asegurar científicamente que los célibes, por célibes, de cuyo colectivo, por la gracia y misericordia de Dios, seguimos formando parte los curas, padecían en mayor proporción y gravedad, que el resto de los varones, la enfermedad aludida, alegando argumentos y razones que, por supuesto, a mí, como profano en la materia, no me compete sintetizar, y menos, valorar, ante el fundado temor de caer en cualquier imprecisión, equívoco o ambigüedad.

Desde la mentalidad salvadora, libre e invulnerable que confieren los años de la jubilación, y los cánones, no ahorramos formularnos interrogantes de tanta seriedad y urgencia ético moral como estos: ¿Es posible que el Código de Derecho Canónico y la disciplina eclesiástica, sigan imponiendo el celibato sacerdotal en unos tiempos en los que el alargamiento de la vida, y los progresos de la ciencia médica, confirmen y atestigüen que en el diagnóstico de esta enfermedad el voto de castidad influya negativamente de manera explícita y decisiva?.

¿Acaso podría tal valoración seriamente científica contribuir a que el celibato opcional se abriera paso cuanto antes en la disciplina- legislación eclesiástica? ¿No es ya imprescindible que la moral sexual se someta de una vez a criterios distintos de los curiales -“oficiales”-, hoy todavía vigentes en la Iglesia, afincándose mucho más, o al menos, lo indispensable, en las ciencias antropológicas, no solamente urológicas en este caso, sino también psíquicas, y hasta psiquiátricas en tantos otros?

El servicio, santo y piadoso y a disposición de los seres humanos, el sagrado respeto al cuerpo y a las leyes de la naturaleza que lo rigen, prevalentes lógicamente sobre las articuladas por legisladores celibatarios, el asentimiento de buena parte del pueblo de Dios y siempre, y por encima de todo, en beneficio de la comunidad, se intercalaron en nuestra tertulia, con devoción, veracidad y evangelio, y con obsequiosa y justa valoración y agradecimiento, en relación con los descubrimientos, y correcta administración de la ciencia médica y de sus ínclitos profesionales.