V CENTERNARIO SANTA TERESA “ENTENDAMOS
LO QUE HEMOS DE HACER”

¿Quién nos lleva de la mano? ¿Conocemos a este buen amigo, Cristo? Teresa nos ayuda a descubrir la importancia del verbo “conocer” o “entender” ¿Para qué? Porque quien no conoce no reconoce y no puede apreciarlo. Y porque si no se conoce no puede entenderse, y entender es previo para querer hacer algo.

Estamos intentando seguir la propuesta de oración de Santa Teresa de Jesús. Hemos empezado por el libro de la Vida, donde expone su propia experiencia, le piden sus confesores que lo escriba y a ella le sirve para aclararse. En este libro aparece un tratadillo de oración desde el capítulo 11 al 22 y recurre a una imagen, modos de regar un huerto, para explicar cuatro modos de oración.

Sorprende como llama Teresa al orante: “siervos del amor” son palabras claves para ella, el amor centraliza y dispone todo en la vida (es el catalizador) y el siervo no como esclavo, sino como la disponibilidad total para darse a los demás.

1.- El huerto: territorio donde acude Dios, el interior de la persona, necesita un proceso de conocimiento propio para que no sea una selva salvaje.

2.- Primer modo de regar el huerto, sacar el agua de un pozo: iniciamos la oración, será siempre con mucho esfuerzo, no hay costumbre y la selva está demasiado tupida, hay que desbrozarla.

3.- Segundo modo con noria y arcaduces: poco a poco vamos encontrando más facilidad para el diálogo con “el buen Amigo”, hay más costumbre.

4.- Tercer modo de un río o arroyo: la oración comienza a ser fluida y da más frutos visibles porque va transformando el modo de ser y vivir.

5.- Cuarto modo, llover mucho: ahora todo es fácil, porque es dado, se acabaron el trabajo y los esfuerzos y comienza a ser un modo habitual de vivir, no son momentos de oración, se convierte en una vida de oración en el que el diálogo con “el buen Amigo” es permanente.

Es propio de Teresa ponerse a orar espontáneamente mientras escribe su tratadillo, es el mejor ejemplo para ayudarnos a saber cómo hablar en la oración.

Textos para la lectura:

Vida 11, 1. 5-8. 12: “Pues hablando ahora de los que comienzan a ser siervos del amor (que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó),es una dignidad tan grande, que me regalo extrañamente en pensar en ella…

En estos principios está todo el mayor trabajo; porque son ellos los que trabajan dando el Señor el caudal; que en los otros grados de oración lo más es gozar, puesto que primeros y medianos y postreros, todos llevan sus cruces, aunque diferentes; que por este camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no se quieren perder. ¡Y bienaventurados trabajos, que aun acá en la vida tan sobradamente se pagan!…

Ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el Señor. Su Majestad arranca las malas hierbas y ha de plantar las buenas. Pues hagamos cuenta que está ya hecho esto cuando se determina a tener oración un alma y lo ha comenzado a usar. Y con ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.

Pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de costar, si es mayor que la ganancia, o hasta qué tanto tiempo se ha de tener. Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras: o con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo; o con noria y arcaduces, que se saca con un torno; yo lo he sacado algunas veces: es a menos trabajo que estotro y sácase más agua; o de un río o arroyo: esto se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo y es a menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho.

Ahora, pues, aplicadas estas cuatro maneras de agua de que se ha de sustentar este huerto -porque sin ella perderse ha-, es lo que a mí me hace al caso y ha parecido que se podrá declarar algo de cuatro grados de oración, en que el Señor, por su bondad, ha puesto algunas veces mi alma. Plega a su bondad atine a decirlo de manera que aproveche a una de las personas que esto me mandaron escribir, que la ha traído el Señor en cuatro meses harto más adelante que yo estaba en diecisiete años. Hase dispuesto mejor, y así sin trabajo suyo riega este vergel con todas estas cuatro aguas, aunque la postrera aún no se le da sino a gotas; mas va de suerte que presto se engolfará en ella con ayuda del Señor. Y gustaré se ría, si le pareciere desatino la manera del declarar.

¿Qué hacéis Vos, Señor mío, que no sea para mayor bien del alma que entendéis que es ya vuestra y que se pone en vuestro poder para seguiros por donde fuereis hasta muerte de cruz y que está determinada a ayudárosla a llevar y a no dejaros solo con ella?

Quien viere en sí esta determinación, no, no hay que temer. Gente espiritual, no hay por qué se afligir. Puesto ya en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios y dejar los pasatiempos del mundo, lo más está hecho. Alabad por ello a Su Majestad y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos. Tapaos los ojos de pensar por qué da a aquél de tan pocos días devoción, y a mí no en tantos años. Creamos es todo para más bien nuestro. Guíe Su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos. Harta merced nos hace en querer que queramos cavar en su huerto y estarnos cabe el Señor de él, que cierto está con nosotros. Si El quiere que crezcan estas plantas y flores a unos con dar agua que saquen de este pozo, a otros sin ella, ¿qué se me da mí? Haced vos, Señor, lo que quisiereis. No os ofenda yo. No se pierdan las virtudes, si alguna me habéis ya dado por sola vuestra bondad. Padecer quiero, Señor, pues Vos padecisteis. Cúmplase en mí de todas maneras vuestra voluntad. Y no plega a Vuestra Majestad que cosa de tanto precio como vuestro amor se dé a gente que os sirve sólo por gustos.

Rosa Bonilla