Navidad en solsticio: Jesucristo, Sol de Justicia

Mejor si cada uno capta, comprende, respeta y valora lo bueno que tiene el otro

El modo de expresar y comunicar una misma fe no puede ser el mismo en Europa, en África y en Asia; ni en un mismo país tienen que quedar relegados los modelos culturales emergentes

Guillermo Rodríguez-Izquierdo, sj, 24 de diciembre de 2014.Universidad Loyola Andalucía

Para celebrar la Navidad los cristianos de Roma transformaron una fiesta religiosa pagana. La fe se expresa y se comunica en los modos del pensamiento, el arte, la música, las fiestas, la cultura de cada lugar y de cada momento.

La Navidad se celebra en los días en que el hemisferio norte se alargan las horas de luz. Algunos han subrayado que lo que ellos celebran es eso, el solsticio. Están en su derecho y no es una novedad. En la Roma imperial se celebraban en estos días las fiestas del dies natalis Solis invicti, las fiestas en las que el dios Sol crecía y renacía victorioso de las tinieblas que lo habían ido dominando. Quizá entonces los cristianos, que emergían como realidad nueva, se preguntaban si les era lícito participar en las fiestas de un dios pagano; algo parecido nos ha trasmitido san Pablo cuando nos dice que dudaban si les estaba permitido comer las carnes sacrificadas a los ídolos. Seguro que los niños querían participar en la fiesta y los mayores también.

El hecho es que cristianizaron la fiesta y la convirtieron en el momento de recordar el nacimiento de Jesucristo, Sol de justicia. En el calendario juliano se establecía el solsticio el 24 de diciembre; cuando se introdujo el calendario gregoriano se mantuvo el 25 para seguir celebrando ese día el nacimiento de Jesús, aunque ahora el día de menos luz es el 21.

Fijada esa fecha, en consecuencia, la fiesta de la Anunciación se celebra nueve meses antes, el 25 de marzo. Y como el evangelio de Lucas pone la Anunciación seis meses después de la concepción de Juan Bautista, el nacimiento de Juan Bautista sería tres meses después; quedó el 24 de junio. En ese final de junio los días se acortan. Las fechas del nacimiento de Jesús y de Juan Bautista reflejan así la frase del evangelio de san Juan, en la que el Bautista, hablando de Jesús, dice que «él tiene que crecer y yo tengo que menguar».

Para los paganos el Sol moría y renacía invicto; los cristianos vieron en la fiesta pagana la oportunidad de celebrar a Jesucristo, luz del mundo. Los cristianos encontraron en la alegría de la fiesta pagana un modo de expresar su fiesta y su alegría. También asumieron y cristianizaron otras fiestas, como la de las candelas del 2 de febrero. Los cristianos valoraron lo que había de bueno en todo eso. «Examinadlo todo, retened lo bueno», decía san Pablo a los cristianos de Tesalónica, exhortando al discernimiento desde la apertura y el aprecio, no desde la condena. A los filipenses san Pablo los animaba a seguir todo lo que es verdadero, honesto, justo, santo, amable, de buena fama, virtuoso, laudable. En todo ello está presente Dios. Santo Tomás recoge un aforismo de antecesores suyos: «Lo que es verdad, sea quien sea el que lo dice, viene del Espíritu Santo».

Cuando a san Juan XXIII le decían que no hacía falta un concilio porque la doctrina de la Iglesia ya estaba formulada, él respondía que una cosa es la doctrina y otra el modo en que se expresa, y que hay que ponerla en conformidad con los métodos de investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales. El modo de expresar y comunicar una misma fe no puede ser el mismo en Europa, en África y en Asia; ni en un mismo país tienen que quedar relegados los modelos culturales emergentes. Ser cristiano en África no significa hacerse europeo; ser cristiano no significa dejar de ser joven. Hay que unir la experiencia de la fe con la vivencia de las culturas y aprender de ellas sus modos de comunicación y expresión a través del pensamiento, la música, el arte, la literatura, el modo de celebrar la liturgia. El papa Francisco repite algo de esto más de doce veces en la Evangelii gaudium con expresiones como «aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos»; «el anuncio que se comparte con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender»; «¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros!»; «así aprendemos a aceptar a los otros en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse». En ningún documento anterior de la Iglesia la expresión «aprender a» o «aprender de» aparece tantas veces.

Volviendo al título de este artículo, ahora que ya están encendidas las luces en nuestras calles y plazas, serán para unos las luces de Navidad y para otros las del solsticio. Por bien de paz las luces tienen motivos geométricos, y quien quiere cuelga la imagen del Niño Jesús en su balcón. Ni las luces ni la imagen del Niños Jesús hay que ponerlas contra nadie, pero todos deben poder expresar la riqueza de sus convicciones y sus sentimientos. Navidad en la fe es la alegría de saber que hay mucho bueno en el mundo, que Dios ha amado tanto todo eso bueno que nos dio a su Hijo, que en Jesús que se une a nuestra vida se nos descubre un horizonte de esperanza, de triunfo del bien, de tarea que se nos encomienda para que por nuestras manos ese bien de Dios se realice. Afinando, en honor de la autenticidad de unos y de otros hay que recordar que aquí también entra en juego la ambigüedad de todo lo humano. Lo que para los romanos paganos era una fiesta religiosa puede convertírsenos a los cristianos de hoy en una fiesta casi pagana de luces y de regalos. Pero todos lo celebramos y es bueno celebrar. Quizá hay que recordar aquellos versillos tan conocidos con sabor a siglo XIX:

El cura de Alcañiz
a las narices las llama la nariz,
y el cura de Alcañices
a la nariz la llama las narices;
y así viven felices
el cura de Alcañiz y el de Alcañices.

Los de la Navidad y los del solsticio vivimos felizmente estos días; y mejor si cada uno capta, comprende, respeta y valora lo bueno que tiene el otro, dispuestos a aprender unos de otros. A los cristianos, al menos, nos llama a eso la Navidad.