Pensé escribir esta carta a Conchita. Pero no sé su dirección. Me dicen, decimos todos que está en el Cielo. Pero yo no sé dónde está el Cielo. Parece que Jesús miraba hacia arriba para buscar a su Padre el del Cielo. Pero el de Nazaret tampoco supo dónde estaba el Cielo. Se enteró aquel domingo cuando su Padre lo levantó de la tumba. Entonces, cayó en la cuenta de que su Padre siempre estuvo junto a él.

Pero tú querido Rafael y yo somos de los de aquí abajo, seguimos desorientados. La fe es una fuerza, pero no un mapa.

Se fue Conchita y nos dejó un hueco que ya nadie va a llenar. No sabemos hacia dónde mirar. Solo nos queda una enorme paz: donde esté el Padre, allí estará ella.

Yo no pido por Conchita. Me parecería un contrasentido. Yo le pido a Conchita por ti y por mí, Rafael: que nos ayude a seguir sus huellas. No le ruego por sus hijos y nietos porque ella se llevó aprendido el papel de madre y abuela y sabrá cuidar de ellos.

Sólo con la fe, y si alguien no tiene esa fe se suplirá con el amor, vamos todos a rellenar su vacío.

Pero yo tengo que manifestar públicamente un dolor especial. El haberme ausentado de su vida en los últimos años. Caigo en la cuenta de que lo único válido en la vida humana es la amistad. Y yo la he despilfarrado. Y ya sin remedio. Por eso he llorado tanto ante tu ida, mi querida Conchita.

Luis Alemán