Católicos ¿pueblo abatido?

El sentimiento de culpa personal o colectivo puede llevar al aburrimiento integral, o incluso al materialismo ateo como salida de urgencia. Es un sinsentido vivir un cristianismo de Jesús con un permanente “yo pecador” o aquel: “perdona a tu pueblo, Señor; perdona a tu pueblo”.

La culpa es la peor de las condenas. Como si de un parásito maligno se tratara, se adueña de nuestro interior, devorándonos y consumiéndonos. Generalmente, nos embarga cuando revisamos nuestras conductas y nuestras acciones y consideramos que no han sido las más adecuadas. Irene Orce: coach, escritora y autora de un blog de referencia.

Si el catolicismo con su dogma, su moral, sus sacramentos y su liturgia ha resultado ser una fábrica de “yos pecadores” culpables y abatidos, habrá que pensar en otra manera de seguir a Jesús.

El Dios del catolicismo en el que yo crecí, con sus misas, mi ayer y mi mañana estaban pegados a la culpa. Rezar era pedir perdón. Dios y culpa eran rostros de una misma vida. El Dios de mi catecismo exigía la confesión compulsiva de mis indignidades antes de levantar mis ojos a Él. Dios era el poder y la bondad con condiciones. El hombre la pobreza y la culpa.

En mi caso, no era solo el Dios que yo me fabricaba, era el catolicismo que respiraba y mamaba desde la primera comunión. Una religión triste. Los años 1.939-1947, -mis años granadinos-, para la mayoría del pueblo fue una época extremadamente triste. En España no cabía un triste o un hambriento más. El General había aniquilado a los comunistas ateos y a la turba de políticos. A unos por ateos, a otros por masones, y al resto por políticos. Quedó inaugurada la paz cristiana y la paz romana. Pero el pueblo, “la gente” – verdugos y víctimas,- contrajo la enfermedad de la culpabilidad. España además de grande y libre, era culpable. Recuerdo algunos pocos que vivían libres, bien y sin culpa.

La misión de la Iglesia católica era lavar y administrar la culpa. Una iglesia de confesonarios. Había muchos confesonarios. De vez en cuando, grupos de sacerdotes, denominados “misioneros populares”, se adueñaban, de las ciudades para promover confesiones en masa. La culpa, la muerte y el infierno eran protagonistas del catolicismo. En Andalucía, los pobres se empadronaron en los municipios de campo. Familias abatidas agarradas a las tierras, huidizas del párroco y de la guardia civil. Hoy votan en su mayoría a Izquierda unida o al Psoe. Como conjunto de gentes, no tenemos un pasado glorioso. Nuestro pasado es un pasado miserable y harapiento. Hablo del pueblo.

Y el papel desempeñado por nuestra iglesia católica en cuanto a ideas y sacramentos, detestable. Entre el General y el Clero engendraron un catolicismo español que perdura al menos como emérito.

Luis Alemán Mur