La doctrina de la Iglesia y la ley del celibato
Algunos comentaristas insisten en que “criticamos” el celibato, y no hablamos para nada de “las razones razonadas del Magisterio y de tantos conformes con el celibato sacerdotal, felices en él. Ni las mencionáis, más que de pasada y despectivamente” (Juan Durán López , de Sevilla, Valencia, Navarra). Expondré la doctrina eclesial del celibato en algunos artículos, para que los lectores valoren con más conocimiento la tesis que defiendo: el celibato no debe ser obligatorio para el ministerio eclesial. Dicho de otro modo: ministerio y celibato no se exigen mutuamente. La Iglesia ganaría en libertad, en honradez, en amor de Dios, en alegría evangelizadora… si elimina esta ley.

Invito, pues, a los lectores a conocer las razones del Magisterio. Sobre todo las registradas en los textos del concilio Vaticano II, la voz más autorizada de la Iglesia. En cuatro de sus documentos aflora el tema del celibato. En la Constitución dogmática “Sobre la Iglesia” (LG 29, 41, 42, 46) y en los Decretos “Sobre el ministerio y la vida de los presbíteros” (PO 16), “Sobre la formación de los sacerdotes” (OT 10) y en “Sobre la vida religiosa” (PC 1, 12).

Constitución dogmática “sobre la Iglesia” (LG) y celibato

El celibato obligatorio sólo para diáconos jóvenes (LG 29)
En la Constitución dogmática sobre Iglesia, en el número 29, dedicado al Diaconado, se restablece la figura del diácono como “grado propio y permanente en la jerarquía”. Se abre la posibilidad de conferirlo a “hombres de edad madura, aunque estén casados”. Y añade que pueden ordenarse diáconos a “jóvenes idóneos, pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato”.

No se aporta razón alguna para esta imposición. Se discrimina por razón de edad: los jóvenes sí, los adultos no. Si el trabajo a realizar es el mismo, ¿a qué viene exigencia distinta? En una situación de carencia de vocaciones y urgencia misionera, se impide el ejercicio diaconal a los más jóvenes si no son célibes. Igual que a presbíteros y obispos, se les exige tener dos carismas: de servicio diáconal y de celibato. ¿Miedo al sexo juvenil? ¿No son el sexo y el matrimonio dones de Dios? ¿Por qué no se respeta el don divino? De nuevo, creo, hay que recordar la palabra de Jesús “Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres” (Mc 7,8).

Célibes y casados pueden ser santos (LG 41)
En Lumen Gentium 41, dentro del capítulo quinto sobre “la universal vocación a la santidad en la Iglesia”, se habla de la “santidad en los diversos estados”: “en los variados géneros de vida y de profesión una misma santidad es cultivada por todos los que son conducidos por el Espíritu Santo…”. Tras hacer referencia a la santidad que pueden lograr los esposos y padres cristianos, se añade que “un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez y celibato (“innuptis”: no casados) pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia”.

El celibato por el Reino de los cielos, “consejo” evangélico (LG 42)
El número 42 de Lumen Gentium está dedicado a los consejos evangélicos. Entre éstos, dice:

“descuella el precioso don de la gracia divina, que es dado por el Padre a algunos (cf. Mt 19,11; 1Cor 7,7), para que en virginidad o celibato más fácilmente se entreguen a Dios solo con corazón indiviso (cf. 1Cor 7,32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida por la Iglesia en gran honor, como signo y estímulo de la caridad, y como fuente peculiar de fecundidad espiritual en el mundo” (LG 42).

Como puede verse aquí no se habla de la “ley del celibato obligatorio”. Se habla de la soltería por el Reino de los cielos, aludiendo al texto del evangelio de Mateo (19,11-12), donde Jesús reconoce que puede haber “solteros” (eunucos, célibes) que encuentren su plena realización dedicándose al Reinado de Dios. También se cita a 1Corintios (7,7) donde Pablo se reconoce haber recibido ese don. Igualmente constata la facilidad que aporta el celibato para la actividad misionera (1Cor 7,32-34). Aquí se apoyan muchos para exigir al presbítero el celibato. Me parece un apoyo fuera de lugar. Habría que decir primero que el texto de Pablo no se refiere en absoluto a los presbíteros. Es un texto de “consejo” para todos, en un tiempo histórico concreto, en unas comunidades urgidas por la creencia del final inminente, con teología sobre la realidad terrena y humana distinta de la actual.

El Amor cristiano hace “indiviso todo corazón”
La expresión “corazón indiviso” parece suponer que la relación religiosa y mundana están en el mismo plano. Se pone a Dios como un objeto más de nuestro amor, que por limitado no llega a todo. Creo equivocado entender así el amor de Dios. Tanto el casado como el célibe están llamados a tener un “corazón indiviso”, unificado por la caridad cristiana, “el cinturón perfecto” (Col 3,14). Amar a la esposa y los hijos no impide amar a la comunidad a la que servimos. Los dos amores son “cosas del Señor”, y pueden estar imbuidos del Espíritu de Cristo.

Los presbíteros de la Iglesia oriental no tienen su “corazón dividido”: aman a su familia y a la familia eclesial con el mismo corazón, con el Espíritu de Jesús. Los célibes, es evidente, pueden dedicar más tiempo a tareas de la comunidad eclesial. Y pueden encontrar su realización personal en el amor a la comunidad cristiana, sin prescindir del todo de la familia (padres, hermanos…). Pero también el casado puede realizarse personalmente en su dedicación a la familia consanguínea y a la familia eclesial con el mismo corazón “indiviso”, apasionado por el Reino de Dios.

“Una regla de vida y un regalo para la Iglesia”, dice el Papa Francisco
Nadie niega el “aprecio” que la Iglesia ha tenido siempre por “esta gracia”. Pero a los sacerdotes latinos se les impone como condición “sine qua non” para ejercer su ministerio. Cuando un carisma se impone para otra función no derivada necesariamente del mismo carisma, se le está quitando su gratuidad, se le convierte en exigencia, se condiciona la voluntad del Dios que regala los carismas para lo que son ellos mismos, no para lo que nosotros queremos que sean.

A veces se ha exagerado tanto este carisma que ha deformado las relaciones entre los miembros de la Iglesia. “Estado de perfección”, “oficiales”, “tropa”, “segregados” (clero), “los que mandan” y “los que obedecen”… han sido distinciones basada en el celibato. Y, por ello, equivocadas. El colmo ha sido la depreciación del matrimonio como “camino” de santidad en relación con el celibato. Así consta en la obra “Camino”, de san José María Escrivá de Balaguer:

“El matrimonio es para gente de tropa, no para los grandes oficiales de la Iglesia. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares. ¿Ansia de hijos?… Hijos, muchos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne” (máxima 28).

El “camino mejor”, el Amor, está abierto a todos: casados, solteros, viudos…
¿Seguir la tendencia natural es “egoísmo de la carne”? ¡Qué disparate! ¿No puede ser a veces mayor egoísmo desentender de engendrar y educar hijos? El soltero y el casado pueden dejarse llevar del egoísmo o del amor indistintamente. “Exigencia de la especie” es una salida artificial. No existe la especie en realidad. Sólo existen individuos, personas concretas. Especie es elaboración mental, una idea irresponsable. ¿Quién es el responsable de la especie? Lo de “un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne” puede aceptarse si “egoísmo de la carne” tiene el mismo significado que “carne” en los escritos de Pablo. Si nos dejamos llevar del Espíritu de Dios, que nos habita y regala sus dones, entre los que sobresale el Amor, el “camino mejor” (1Cor 13, 1-13), entonces sí dejaremos “un rastro imborrable de luz”. Pero a este “camino” tienen acceso y en él pueden vivir casados y célibes, toda libertad humana, toda persona.

Rufo González