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29 de junio Santos Pedro y Pablo

Mateo 16,13-19

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.» 

Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Una de esas frases o preguntas lanzadas y clavadas en la historia esperando una respuesta desde cualquier geografía o tiempo. Una respuesta no de la Teología sino “la gente”

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ya habían respondido los discípulos en el capítulo 14 al ver a Jesús caminar sobre las aguas (14,33), “Realmente eres Hijo de Dios”. Por lo visto, saber responder con firmeza a esta pregunta planteada por Jesús es la base de la fe cristiana. La fe de Pedro no es exclusiva de él. La fe de los que se adhieren a Jesús, será el cimiento de la iglesia. Y hoy no hay otro cimiento. Y sin ella no hay iglesia. 

“Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. No. No se puede fundamentar el papado histórico sobre frases sueltas de los evangelios. Y menos un papado como un centro de poder. Por supuesto que la Iglesia Universal necesita una autoridad a la que apelar, que mueva a la unidad en la fe y en el amor. Estos días acabamos de aprender que Pedro no tiene por qué se vitalicio. Hoy seguimos deseando que en la elección del obispo para la sede romana intervengan obispos y creyentes de todos los confines. Hoy seguimos deseando que los fieles y presbíteros escojan a los obispos de su región. Y que unos y otros hayan respondido con su vivir a la pregunta de quién es Jesús.

“Ahora te digo yo: tú eres Pedro”, Repasamos la historia y comprendemos que siempre estuvo el fallo en que muchas veces, muchísimas veces no se supo quién era Jesús.

“Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Por lo visto, cuando Jesús acabó su trabajo dejó las llaves en manos de los hombres y mujeres que le habían seguido. Eran tiempos en los que los machos gobernaban las tribus y las casas. A pesar de los signos del Maestro las hembras siguieron en un segundo plano. Los machos no dejaron las llaves. La historia es lenta y cegata.

Luis Alemán Mur