Urgente reelaboración de la moral sexual
“Replanteamiento de la sexualidad” (I)

“A un Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo”


Miguel Antolí)- Estamos ante un gran tema de la teología moral. Ha sido destacado con mucha atención, y nos es muy satisfactorio el acierto con que se ha orientado. A esto se añade que, desde el alto Magisterio eclesial, se han frenado los intentos de renovación practicados por los moralistas, incluso los más cualificados. Las consecuencias han sido muy negativas para la vida de la Iglesia y su reconocimiento por parte de los fieles. 

El gran moralista alemán Bernhart Häringcalificó la encíclica “Humanae vitae” como un pedrisco primaveral. Los agricultores saben lo que esto significa. Estas consecuencias las estamos experimentando los que creemos en y amamos de corazón a esta institución mundial.
Es urgentísima una reelaboración de esta moral sexual. En estos últimos años, les he propuesto a cualificados moralistas alemanes, que la realizaran y la publicaran aunque fuera en anonimato. No me han obedecido.
Las personas casadas son muy expertas en este terreno y nos han enseñado mucho. Muchos de los especialistas en la materia, están en condiciones de formular adecuadamente un nuevo horizonte. Con una sabia colaboración, se puede dejar atrás lo que desafortunadamente se ha vivido.


 1. NATURALEZA Y GRAN SIGNIFICADO DE LA SEXUALIDAD HUMANA
Puede que un antecedente lo tengamos en que la sexualidad se viera como algo propio del cuerpo y de mala calidad. Hay que entrar en otro horizonte.
La sexualidad es algo que el Creador ha implantado en los seres humanos: el ser humano tiene una tendencia radical hacia la persona del otro sexo; y esto se da desde los primeros años hasta el final de su vida. El Génesis (2,23) lo confirma cuando Adán dice a Eva: “Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”.
En relación con este texto bíblico, Benedicto XVI hace este comentario: “En el trasfondo de esta narración se pueden considerar concepciones como la que aparece también, por ejemplo, en el mito relatado por Platón, según el cual el hombre era originariamente esférico, porque era completo en sí mismo y autosuficiente. Pero, en castigo por su soberbia, fue dividido en dos por Zeus, de manera que ahora anhela siempre su otra mitad y está en camino hacia ella para recobrar su integridad. En la narración bíblica no se habla de castigo; pero sí aparece la idea de que el hombre es de algún modo incompleto, constitutivamente en camino para encontrar en el otro la parte complementaria para su integridad, es decir, la idea de que sólo en la comunión con el otro sexo puede considerarse `completo” (Deus caritas est n. 11 a).
Siguiendo con su comentario, Benedicto saca a relucir una palabra (eros), que no estábamos acostumbrados a usar: “En esta profecía hay dos aspectos importantes: el eros está como enraizado en la naturaleza misma del hombre; Adán se pone a buscar y abandona a su padre y a su madre” para unirse a su mujer; sólo ambos conjuntamente representan a la humanidad completa, se convierten en “una sola carne”.
No menor importancia reviste el segundo aspecto; en una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así se realiza su destino íntimo.
A la imagen de Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de ella” (Deus caritas est n.11 b).
Lo que dice aquí Benedicto XVI es impresionante y maravilloso. Esto no ha sido suficientemente destacado por los que han sido lectores de este documento. Lo que dice es suficiente para colocar la sexualidad humana en un nivel positivo completamente nuevo. Una razón por la que no se ha destacado este contenido, puede que esté en que se ha considerado como algo sabio y bello, pero que poco o nada tiene que ver con la sexualidad. Ésta se ha referido a los comportamientos de las personas de la cintura para abajo, teniendo como contenidos: la masturbación, la fornicación, la pederastia, el adulterio etc: todo esto que no deja títere con cabeza, hace destacar la maldad de la sexualidad.
Identificar la sexualidad con esto, constituye una grave falsificación y un gran empobrecimiento de la sexualidad humana. De manera más sabia y con razón se ha dicho que lo principal de la sexualidad no está en los órganos genitales, sino en el cerebro. En él esta encarnado lo que Benedicto XVI califica como eros, es decir, la tendencia radical hacia la persona del otro sexo, hasta llegar a formar un solo ser.
El mencionado pobre planteamiento me llevó a mí, hace más de cuarenta años, a disentir del ilustre Sigmond Freud, cuando decía que la sexualidad estaba viva también en los niños en sus primeros años. Freud tenía razón, pues la tendencia acentuada del niño hacia la madre, y la tendencia de la niña hacia el padre, ya está activa desde la niñez.
En el empeño de revisión urgente de la moral sexual, hay que tomar muy en serio la sexualidad como vocación natural a la adecuada relación con la persona del otro sexo.


2. EL MATRIMONIO CRISTIANO COMO ENCARNACIÓN DE LA SEXUALIDAD
El que ha implantado la sexualidad en el ser humano es también autor del matrimonio. Así lo dice el concilio Vaticano II: “Pues el mismo Dios es autor del matrimonio” (GS n. 48 a).
El ambiente en que se ha de realizar el matrimonio lo ratifica ricamente también el Vaticano II, enriqueciéndolo con su relación con Dios: “Además, (Jesús) permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad” (48 b).

El Concilio hace también una referencia a los actos del ejercicio sexual que practican los esposos entre sí: “Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal” (49 a).
Es enormemente importante la presencia del amor que debe acompañar a los actos que practican los esposos en su relación. Este amor es el que dignifica el eros, al que se ha referido Benedicto XVI: “Supera, por tanto, con mucho, la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente” (49 a).
Según el Concilio, esos actos sexuales de los esposos bien practicados consiguen un gran fruto: “Por ello, los actos con los que los espesos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud“. Esta preciosa meta no se alcanza fácilmente: Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana, se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración” (49 b).
Aquí la moral sexual ha de cambiar de horizonte: en lugar del pecado que atribuye a los esposos hasta convertirlos a todos en pecadores, se ha de preocupar de estimular a los esposos para que se interesen con todo empeño en vivir su práctica sexual acompañada de un amor en crecimiento constante; en lugar de acusar de pecado, ha de animar a la práctica de la virtud.
La moral tradicional tiene que arrepentirse y corregirse de su carácter acusador, que sin duda ha contribuido a que muchos matrimonios se hayan alejado de la práctica religiosa, ya que se han sentido incapaces de ser unos miembros decentes dentro de la comunidad eclesial.
Es lástima que este nuevo horizonte, que ya estaba presente en la docencia de muchos profesores y cada día más en muchos matrimonios, no estuviera asumido por la doctrina oficial de la Iglesia. Creo que lo hemos pagado muy caro.

3. LA NATALIDAD, EL GRAN FRUTO DE LA SEXUALIDAD

El hecho de que de la relación erótica y amorosa surjan los nuevos seres humanos, constituye un resultado impresionante. Con razón se le califica de procreación. Misteriosamente para nosotros, el Creador toma a los esposos como colaboradores en la formación de los nuevos seres humanos.
El Concilio Vaticano II lo explica de esta manera: “El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres. El mismo Dios, que dijo: “No es bueno que el hombre esté sólo” (Gn 2,18), y que desde el principio “hizo al hombre y a la mujer” (Mt 19,4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: “Creced y multiplicaos” (Gn 1,28).
Hasta tiempos recientes, este mandato del Creador era interpretado de un modo muy severo: todo ejercicio de la sexualidad entre los esposos tenía que estar abierto a la natalidad; el impedirlo significaba un pecado grave. Esto afectaba de manera muy intensa la conciencia de los padres, les llevaba a vivir en pecado mortal o a la abstención.
Este problema estaba muy presente en el aula conciliar. Los teólogos activos en el Concilio iban a cambiar la enseñanza establecida. Pero el papa Pablo VI, seguro que por presiones no muy sabias, se reservó para más adelante la solución de este problema.
A pesar de ello, el Concilio formuló unos criterios que no implican la rigurosa conexión entre relación sexual y la natalidad. Lo expresa así: “En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana, cumplirán su misión y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto… Este juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente” (50 b).
El matrimonio tiene un gran sentido en sí mismo, que lo valora independientemente de la natalidad. El Concilio lo dice así: “Pero el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino que la propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que también el amor de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando ordenadamente” (50 c).
 Esto lo reafirma aduciendo una buena dosis de misterio teológico: “Los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos, con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad, para que, habiendo seguido a Cristo, principio de vida, en los gozos y sacrificios de su vocación por medio de él, sean testigos con su fiel amor de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo” (52 g).
La elaboración del tema aplazado por Pablo VI, tuvo una inmediata realización. El Papa contaba con un grupo de consejeros: mayoría absoluta de renovadores, entre ellos un par de seglares, y otro par de curiales inmovilistas. Los años 1965 al 1968, los teólogos moralistas vivieron el tema con gran intensidad y esperanza. Uno de los mejores de ellos, Bernhard Häring, tenía contactos continuos y puertas abiertas con Pablo VI. El gran interrogante que vivían los matrimonios era cómo evitar el embarazo. Una respuesta que se estaba preparando era: todos los métodos tienen sus inconvenientes. Cada pareja escogerá el que para ellos tiene menos inconvenientes.
Pero llegó un momento en que esta puerta abierta para Häring con el Papa, se cerró. Las buenas esperanzas se fueron oscureciendo, y el 1968 se publicó la “Humanae Vitae”, que reafirmó la exigencia de unir el acto sexual matrimonial con la apertura a la natalidad. Con razón Bernhard Häring la calificó como un “pedrisco primaveral”. Los agricultores saben lo que esto significa. Cuarenta Conferencias Episcopales se pronunciaron más o menos abiertamente en contra de esta enseñanza de la encíclica. El Papa les abrió las puertas a esas protestas; pero en adelante la Curia romana ha podido imponer la doctrina de la “Humanae Vitae”, con mucho sufrimiento para los esposos; sufrimiento que ha culminado con el alejamiento de las nuevas generaciones y el descrédito creciente de la Iglesia católica. Ahora las parejas no se alejan, porque ya están alejadas. Esto se ha visto acompañado por el castigo a muchos teólogos, empezando por Bernhard Häring, al que la Curia romana quiso domesticar y no lo consiguió.

4. CUALIFICADA MALDAD DEL ADULTERIO
Si el matrimonio es un gran valor como hemos explicado, también su ruptura merece una gran descalificación. Aquí se puede hablar de pecado mortal. Con razón, en los primeros tiempos de la comunidad cristiana, el adulterio, junto con el renegar de la fe cristiana y el asesinato, comportaba la exclusión de la comunidad.
El adúltero (a) se aparta de la unión que tiene con su cónyuge como un solo ser o como del ser humano completo, y se une a la otra persona como si fuera un solo ser con ella. Así comete una gran infidelidad al compromiso que tiene con la primera persona.
Esta actuación puede revestir diversos matices. Cabe que se haga sólo por el propio placer sin que pretenda romper la propia relación anterior. En este caso se hace un daño a sí mismo al convertirse en una persona no fiable. Además deja abierta la posibilidad de que su infidelidad llegue a ser conocida por su verdadero cónyuge, que experimentará un gran dolor y puede llegar a no poder soportar la relación con el causante de la infidelidad.
Otro horizonte puede ser que la otra persona adúltera lo haya hecho con el propósito de iniciar una nueva relación. En este caso, el golpe a la primera relación es mayúsculo. Puede compensarse a sí mismo con la nueva relación, pero al primer cónyuge le produce un dolor de máximo grado, y se adorna con una notable dosis de pérdida de fiabilidad. Sólo falta que la primera persona colaboradora en el adulterio sea también casada. En este caso la maldad y el sufrimiento de las víctimas se duplica.
Con razón el adulterio ha tenido y seguirá teniendo la máxima descalificación. Las tentaciones seguirán existiendo, pero hay que vencerlas.