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 1 DE JUNIO ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Mt 28,16-20
Se fue. No dejó certezas. Dejó vacilación y dudas. 

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

“los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado”. Sin embargo, según el evangelio de Marcos, este hecho ocurrió no en un monte sino “estando ellos a la mesa”. Y el evangelio de Lucas sitúa esta escena final en las inmediaciones de Betania. Esta escena que transmiten los evangelistas a los que tenemos fe es una narración adornada de fantasía. Aunque lo más sorprendente se resalta en el siguiente versículo en el que se recuerdan la vacilación y la incredulidad de los discípulos.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Según este evangelio, incluso en este momento final los discípulos más escogidos vacilaban o dudaban del resucitado. Según Marcos, en esa ocasión final: “les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado” Mc 16, 14. Es como si Jesús dijera “¡Vaya iglesia que dejo con esta gente para que den testimonio de mí!”. Poco cabía esperar de aquel grupo.

“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¡Menos mal! Aquí sí está nuestra esperanza. ¿Qué hubiera pasado con la iglesia de Jesús si él “no estuviera con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. En consecuencia, que nadie se crea dueño y señor en la Iglesia. Ni siquiera el Papa. La esperanza sólo podemos ponerla en que el

Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. El cual resucitó a Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos”.

Esto lo leemos hoy entresacado de la carta de S. Pablo a los Efesios (1,17-23)

Pablo escribió sus cartas antes de que aparecieran los evangelios.

En la liturgia de hoy, también se recurre a un salmo, el 46, para convertir el día de la Ascensión en un hecho glorioso y de espectáculo: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas. Pero fuera del triunfalismo inventado, ajeno a la realidad histórica, sólo podemos constatar que se fue con el Padre dejando a los suyos en medio de un mar de dudas e incredulidad.

Luis Alemán Mur