Salmo 94,
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
COMENTARIO
«No endurezcáis vuestro corazón.»
Da cierto miedo meterse en el corazón del hombre, Desde los más altos a los más bajos. Desde los más santos a los más rastreros. Desde las cátedras más sabias a los más ignorantes; en el corazón propio y en el ajeno. ¿Quién se atreve a dictaminar sobre el corazón de un hombre? No hay mayor audacia. No hay mayor soberbia que diagnosticar el corazón de un hombre o de una mujer. El gran agujero negro de la humanidad está dentro del interior del hombre y la mujer. No hay cardenal o papa, ni santón o santona capacitada o capacitado para hablar de ningún hombre o mujer.
“No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto”
¿Estás o no estás, Señor, con nosotros? Comprende Tú también, Señor: Ante tanta hambre, tanta angustia, tanto desconcierto, nos llegamos a preguntar: ¿Caminas o no caminas con nosotros?