Jesucristo Rey
Jn 18, 33-37
“En aquel tiempo, preguntó Pilatos a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?” Pilatos replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?” Jesús le contestó: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilatos le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
1. En el último domingo del año litúrgico, la Iglesia celebra la festividad de Jesucristo Rey del Universo. Una festividad de alto contenido teológico, pero que aún no ha llegado a ser una fiesta popular, ni parece que tenga especial significación para la espiritualidad de la gran mayoría de los cristianos. Y es que el título de “rey”, aplicado a Jesús, tropieza con dos dificultades.
1) La secular “mundanización”; 2) El exagerado “misticismo”.
2. El título de rey es un título secular, mundano. Que además está asociado, en la mentalidad de mucha gente, a las antiguas monarquías absolutas. Por eso, aplicarle a Jesús el título de “rey” tiene el peligro de evocar el poder político que tuvo la religión de Israel. Y el poder temporal que, desde el emperador Constantino, la Iglesia ha ejercido con tanta frecuencia. Un poder, además, que hoy pretende seguir ejerciendo, basándose en el argumento según el cual la religión es la referencia última en los asuntos relacionados con el comportamiento ético (Benedicto XVI). Fijar los límites y competencias de la religión en este orden de cosas es uno de los asuntos más apremiantes del momento en que vivimos.
3. El exagerado misticismo se puede dar en aquellas personas que, cuando piensan en Jesucristo Rey, lo ven clavado en la cruz. Lo cual responde al título que Pilatos mandó colocar sobre la cabeza del Crucificado. Pero entonces, el peligro puede estar en aquellos que asocian la cruz solamente con el sufrimiento y no con la lucha contra el sufrimiento. Jesús murió crucificado, no porque Dios quiere el sufrimiento, sino porque no lo quiere. Jesús vivió para hacer el bien y aliviar el dolor del mundo. Eso, llevado hasta sus últimas consecuencias, es lo que a Jesús lo llevó a la cruz. Y así es como Jesucristo es Rey: siendo bueno con todos y haciendo el bien a todos.