Sexto día
La cena del Señor que hacemos “en memoria suya” es una fiesta al estilo judío, pero modificado su contenido por Jesús. En la pascua judía se reproducía lo que cuenta el Éxodo cap 24.
Jesús, que era plenamente judío, tuvo la valentía de depurar, o de dar sentido al pasado. Aquella noche les dijo que todo aquello de la antigua alianza se había acabado. Estos son los antecedentes de la Cena:
Éxodo cp. 24
Moisés puso por escrito la ley. Madrugó y levantó un altar a la falda del monte.
Mandó ofrecer novillos como sacrificios de comunión para el Señor.
Tomó la mitad de la sangre y la echó en recipientes y con la otra mitad roció el altar.
Tomó el documento del pacto- la Ley – y lo leyó en voz alta. El pueblo dijo Amen.
Moisés tomó el resto de la sangre y roció al pueblo, diciendo:
Esta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros.
1ª Corintios, cp. 11.
“Jesús cogió un pan, dio gracias, lo partió…”
“Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo esta copa es la nueva alianza…”
“Haced esto en memoria mía”
Una hogaza de pan repartida, una copa de vino compartido, una bendición al Padre en forma de brindis, una mesa suplían al código, a los novillos degollados y al altar. Comienza una nueva era. Ese brindis y ese pan son el símbolo de la nueva sociedad. Se acabaron los altares de sacrificios, la sangre de los becerros. Se acabó la esclavitud generada por la Ley.
La oración eucarística es “bendición al Padre”, “recordando a Jesús”. Hay que simplificar y someter las rúbricas para no traicionar el sentido de la oración eucarística.
No se debe. No se debería separar ni destacar la “consagración” con el toque de las campanitas, (aún se hace) inciensos, genuflexiones, banderas inclinadas, himnos nacionales. Incluso hay que eliminar la “elevación” de las oblaciones consagradas.
A partir de la edad media, se ha forzado la atención de los fieles sobre la materia: pan y vino con nostalgia de sacrificios antiguos. Incluso antes de comenzar la bendición a Dios (anáfora) ya el pan y el vino acaparan la eucaristía. Se solemniza el ofertorio, hasta reducir la acción de gracias a la simple consagración o transformación del pan y el vino. “Y se llega a celebrar un sacrificio material (¡ya consagrado!) Cuando en realidad se trata de un sacrificio de alabanza y de acción de gracias” (Thierry Maertens)
Se deforma el sentido que Cristo Jesús dio a la Eucaristía, con la intención de sobredimensionar la fe de los fieles en la sola presencia real, o el sacrificio de Cristo, quedando el Padre en un segundo plano.
Se deforma la Eucaristía de Jesús:
Cuando se limita la atención de los fieles a sola la presencia real o al sacrificio de Jesús-
Cuando el recuerdo de las maravillas de Jesús, se separan de la bendición al Padre.
Cuando la sangre de Cristo se presenta como la maravilla, que sustituye a la sangre del cordero o macho cabrío expiador.
En lenguaje eclesiástico se habla de “res et sacramentum”. (Algo y su simbolismo eficaz). Pues bien, cuando se habla sólo de presencia real, se olvida el sacramentum y se habla sólo de res.
Por favor, amigo sacerdote, cuando en tu misa llegues al recuerdo de la noche en la que fue entregado, dilo con la misma naturalidad solemne con el que estás bendiciendo al Padre; no te inclines sobre la res, el pan y el vino. Estás hablando, en nombre de la comunidad con el Padre. ¡Ah, y cuando digas: “lo cogíó, entre sus manos, lo bendijo” no hagas la cruz sobre el pan o el vino. Jesús no lo hizo así. 1º- nunca se bendecía con la cruz. 2º- “bendijo” al Padre, no al pan.
Luis Alemán Mur