Cómo podemos intentar conocer a Dios si no llegamos a conocer al hombre.


 

La Jerusalén celestial, la futura Patria prometida, nuestra futura resurrección, la vida eterna, el Cristo de la fe, el Padre que está en los cielos y toda la amplísima literatura que a veces mística, o a veces pseudo invadió, desde el principio, la espiritualidad cristiana, se tradujo en monasterios y en una huida a bosques. Un efecto secundario maligno fue arrancar a los grupos cristianos de la realidad grosera y polvorienta del día a día. Antes que morir, hay que vivir.

 

Pero con esa realidad grosera y polvorienta se fabrican santos y mártires. No existe otra materia prima. Los imponentes órganos con chorros sonoros, los inciensos, los ritos y los ornamentos bordados en oro, no cabe duda de que nos podrían conducir a la Jerusalén celestial, pero difícilmente al reino del Padre del que predicaba Jesús de Nazaret. Al Padre no se llega huyendo de la tierra ni del polvo de sus caminos.

 

Por lo visto, moriremos con la incógnita de saber quién y cómo es Dios.

 

Sin embargo, pienso que quizá nos iremos sin saber quién y cómo fuimos ni quiénes y cómo han sido aquellos con los que hemos convivido. Y si nunca nos conocimos a nosotros ni a los que nos rodearon y nos acompañaron en nuestras vidas ¿cómo pretendemos llevarnos puesto el conocimiento de Dios?

 

¿La fe suple el vacío de conocimientos sobre Dios?: Si no se acude a la fe, es tonto pensar en el Dios cristiano. Es decir en el Padre del Señor Jesús. Aunque lo que produce la fe más que conocimientos de Dios es certeza de su cercanía.

 

Después de mucho vivir, de mucho equivocarme, de amontonar sorpresas agradables y desagradables he llegado a la conclusión de que sin alguna luz de Dios me resultó imposible acercarme a la realidad que guarda celosamente todo aquel que se cruza o se cruzó conmigo. El reino de Dios anunciado por el maestro de Galilea difunde una cercanía de unos con otros que cubre soledades y necesidades. Eso es esencia de cristianismo. Difícil. Pero posible.

 

No podemos imitar al Cristo de la fe. Es a Jesús de Nazaret al único que podemos estudiar, imitar y seguir.

 

Luis Alemán Mur