Dicen. Decimos que la industria actual China está basada en la imitación. Su potencia económica mundial está montada sobre mano de obra esclavizada y sobre la imitación de lo que occidente inventó y creó. Su prosperidad es fantástica, pero su futuro incierto. Invaden el resto del mundo con productos de segunda calidad, aunque mucho más baratos. No es lo mismo un reloj suizo y un coche Mercedes que un reloj o coche made in china. Lo auténtico es la joya. La imitación no convence a la larga, pero vende.

 

Perdonen el salto.

 

Hoy, entre los seguidores de Jesús de Nazaret, se acentúa una exigencia de autenticidad. Por dentro, nos corroe en silencio una sed de lo auténtico. Sin embargo, la Semana Santa de las viejas liturgias huele, cada vez más, a artículo de imitación un tanto fraudulenta. La entrada en Jerusalén, la última cena, los pasos de la pasión, el viernes santo, el sábado y la Resurrección, todo suena a mística de bisutería forzada. Veamos:

 

El “borrico”. Cuando obispo, devoto él, quiere mostrar su sencillez y ausencia de poderío, hace su entra en su nueva diócesis montado en un borrico para llegar a su nueva Catedral. ¡Se siente como un Jesús entrando en Jerusalén! En su primer saludo, agarrado a su báculo proclama que viene a ser el último de todos y siervo de todos, y que los sacerdotes tendrán en él a un padre.

 

Al día siguiente, caído el telón del teatro, comienza a dar baculazos quitando y poniendo, amonestando y amenazando, y si se tercia imponiendo silencio con alguna que otra amenaza o condena.

 

Farsa. El borrico fue una imitación. No fue Jesús el de Nazaret quien entró en la diócesis o en el Vaticano. Fue una farsa.

 

La “última cena”. El Papa, el Obispo, el Párroco, el Abad, el simple sacerdote se postran en el suelo acojinado, toalla en mano y simula lavar los limpios pies de doce pobres, doce cardenales, o doce fieles previamente escogidos.

 

¡Bello gesto, pero falso! Sencillamente una ceremonia mística. Una sombra chinesca del Jesús de Nazaret. Quizá esta liturgia, hace siglos generaba devoción o alabanza. Hoy el mercado creyente perdió no la fe sino la ingenuidad, y ha descubierto la imitación fraudulenta. Hoy se exige autenticidad. Las palabras y los gestos tendrán valor de signo si van respaldados con los hechos.

 

La Iglesia no puede seguir representado teatro con bellas palabras y exquisitas liturgias. O quizás sí pueda todavía durante un tiempo. Pero antes o después representará su Semana Santa en teatros como obras de Sófocles.

El pan de la cena. Ya hace mucho tiempo que la cena no es cena ni el pan es pan. Aunque esto no es problema de la semana santa.

 

Las procesiones. Las procesiones fueron invento del pueblo. Cuando la liturgia se latinizó, se hizo ininteligible para el pueblo (s. VIII) Liturgia hierática, encorsetada y clerical. El pueblo no entendía no ya lo que se decía, ni si quiera lo que se hacía en el presbiterio. La liturgia había pasado por la escolástica. Se había convertido en culto sacerdotal. Y el pueblo se fue a las calles. Hoy, las procesiones son, para la gran mayoría de creyentes de calle, el único recuerdo o vibración religiosa que le queda. Para otros solo un folklore turístico atractivo, extraño y rentable. En todo caso son prueba evidente de que las masas huyeron de la prepotencia y disciplina clerical.

 

El sentido de la semana Santa. Pero no es solo cuestión de liturgia. Es la teología de la Semana Santa. El mundo de ideas que sobresale de la semana santa. Y para aclarar ese mundo, haría falta clarificar nuestro catecismo.

 

1.- ¿Quién diseñó la primera Semana Santa, quién la inventó? ¿Dónde está el porqué?

2.- ¿Qué tiene que ver aquí el pecado del pueblo? ¿Por qué crucificaron a Jesús?

 

Es que se sigue con la impresión y la predicación de que la cruz de Jesús fue una exigencia del Padre para satisfacer su honor ofendido. Había que pagar deudas. Redimir culpas. Primero castigar. Y luego perdonar. Una vieja herencia del Antiguo Testamento y sus profetas.

 

En consecuencia, el culpable de la muerte es pueblo. Pero no es eso lo que dice la historia. No es limpio modificar los hechos para fundamentar una determinada teología de Semana Santa. Y est manipulación de la historia se ha vuelto contra Dios, modifica la Cristología, y empobrece el sentido del Cristianismo. Los seguidores de Jesús podríamos estar invadiendo el “mercado” de la fe de los hombres con falsificaciones de hechos en los que comienza nuestra auténtica fe.

 

Jesús murió ajusticiado por la autoridad romana a petición del clero judío. Y esto sí es históricamente cierto. Que las interpretaciones místicas y moralizantes no oculten ni soslayen la realidad histórica. Profundizar en el sentido de la historia sí. Pero sin modificar la historia para rentabilizarla y venderla mejor.

 

Luis Alemán Mur