Me explico. “Que no nos hable Dios, porque moriremos.” Eso dijeron los Israelitas a Moisés en el desierto. ¿Qué significa eso?

Bastan unas nociones de psicología. Basta un cierto ejercicio de reflexión honesta sobre nuestro mundo interior. Cualquier psicoanalista medianamente experto podría ayudarnos a descubrir un enjambre de mentiras, segundas intenciones no confesadas, subterráneos sin luz y con telarañas antiguas. Todo eso que llamamos subconsciente del que huimos, pero que nos persigue incluso en el dormir. Vivimos como dos vidas a la vez. Una es la real, la cual no llegamos nunca a conocer del todo, y la otra la que aparentamos intentando ocultar nuestro subsuelo.

Es más fácil comprobarlo cuando enfocamos el objetivo sobre los demás. Cómo mienten los que nos rodean, cómo mienten los políticos. Y lo peor no es que mienten. Lo peor es que se mienten. Nuestra sociedad es un baile de disfraces.

Bastaría un pequeño ramalazo de luz sobre nuestro mundillo interior para producirnos un bochorno insoportable ante el espectáculo de la realidad que ni decimos ni nos decimos, ni quizás conocemos del todo. Esa luz de Dios enfocada al submundo de nuestro yo, convertiría nuestra consciencia en un infierno. Un infierno hecho de Luz, no de fuego. Un infierno insoportable: “Que no se acerque Dios. Háblanos tú, Moisés”.

La demasiada luz puede herir más que el fuego. Ni siquiera al sol podemos mirar cara a cara.

Alguna vez, nos veremos las caras con la Verdad. Alguna vez no encontraremos excusas. Alguna vez nos conoceremos. Esa luz “quemará” toda mentira. Y una vez “quemada” esa mentira, algo de verdad quedará en nosotros, ¡digo yo!

Y eso de verdad que quede, eso es lo que se salvará.

Luis Alemán Mur