• “Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino”.
  • “En paz me acuesto y enseguida me duermo.
  • Porque Tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”. (Salmo 4, 8-9)

 

En verdad, Señor, que has puesto más alegría en mi corazón que si abundara en vino. Pero no me duermo. Me cuesta mucho dormir.

No me preocupa el pasado. Tu presencia, como brisa en el atardecer de mi jubilación, se ha ido llevando las hojas secas de ayer, que cargaba en mis espaldas. No me quita el sueño el pasado. Aunque no estoy orgulloso de él. No me interesa el balance de mi vida. Me has quitado esa carga.

No tengo más suelo que las piedras y el polvo del camino. Y no tengo mapas. No conozco el nombre del próximo pueblo. “No me duermo enseguida”, porque no conozco el mañana. Presiento que caminas a mi lado. Y que me recuerdas que “todo estaba escrito”. Pero todavía no te he visto “partir el pan”. Soy “terco y duro” de corazón. Pero necesito ver “partir el pan”.

Sí, todo estaba escrito. He estudiado mucha teología. He visto muchos signos, te he oído mucho…He visto cómo sabes morir. Pero necesito ver cómo partes el pan.

A veces “arde mi corazón”, lo comprendo todo. Pero necesito ver cómo partes el pan.

Ya he llegado a Emaús. Es casi de noche: quédate, descansa conmigo, cena conmigo, coge la hogaza y parte el pan. Quizás entonces me duerma enseguida.

O quizás entonces el sueño no tenga importancia y vuelva corriendo a decir a mis hermanos que sí, que vives, y que te he visto partir el pan, y que ya no me importa el mañana y que Tú estarás conmigo, siempre, hasta el final del camino, para cantarme la última nana.

Luis Alemán Mur