“Y Al final lo humano triunfará”

 


 

Parece que el mundo y su historia dependen de nosotros mucho más de lo que creemos. Y también puede ser verdad que el mundo y su historia depende mucho más de Dios de lo que creemos. Cuando pedimos que “llegue su reinado”, lo estamos deseando, y con ese deseo, ya estamos sanando el corazón. Y las enfermedades de la sociedad humana proceden del corazón: “Lo que hace daño es lo que sale del corazón, no lo que entra por la boca”.

 

La cizaña
no ahogará el trigo. Al final, el esfuerzo de Jesús no resultará inútil. Al final lo humano triunfará. El triunfo de Jesús ha marcado la historia, ha marcado al hombre, sin sacarse un conejo o una paloma de la chistera sino enfrentándose al poder y al templo, prendiendo fuego a toda ideología política, social, económica y religiosa que pretenda esclavizar la obra de su Padre: lo humano. Cayó en la batalla, pero ganó la guerra. Si Él no resucitó vana es nuestra fe.

 

Aplicar esa frase de que “y el poder
de
la muerte no la derrotará” a la Iglesia Católica o a cualquier otra institución es de un infantilismo o de una cara dura insoportable. Es meter a Cristo resucitado en una sacristía. Es inflar de soberbia las mitras y las capas pluviales. Es utilizar el evangelio para jugar con ventaja. Es heredar a David, Salomón, y seguir en Jerusalén y en su Templo. Es no haberse enterado de nada.

 

Por tanto sería deseable que el Vaticano no utilizara más esa frase para fundamentar sus esperanzas. Ni el alto ni el bajo clero. Que no olviden que Nabucodonosor puede volver desde Babilonia y destrozar la Capilla Sixtina.

 

Jerusalén jamás se convirtió. Ni a Yahvé ni a Jesús. La arrasaron los de fuera. Roma tampoco cambiará por conversión. Si cambia, la cambiaran desde fuera.

 

Desechad el tebeo: ese sueño de que venga, ¡por fin!, un papa santo con el evangelio en las manos, lo abandone todo: arados, bueyes, fincas, parientes, palacios, alfombras para sentarse en el banquete de los pobres. Y así comience ¡por fin! el cristianismo.

 

Que venga un papa santo es posible. Pero ni aun así, el “cristianismo” triunfará. El evangelio es levadura que fermenta, sal que condimenta. Lo evangélico no parece que esté diseñado para dominar, para mascarse como tropezones de una paella. Creo que el evangelio sólo da sabor. No está hecho para triunfar sino para que triunfe la humanidad. He ahí el por qué siempre me desagradaron las grandes multitudes y concentraciones de las misiones populares o visitas papales.

 

El evangelio no construye sociedades, ni estructuras de cemento, ni leyes, ni sistemas económicos: sólo pone la levadura, la sal para que lo humano, el hombre sea el final, el objetivo de toda política, de toda economía, de todo templo, de todo Dios.

 

Luis Alemán Mur