‘La España en la que creo’

 

LAS VERDADES DE ALFONSO GUERRA

 

El ex vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, en una conferencia reciente en Valencia. BIEL ALIÑO

Fue el vicepresidente más poderoso del primer socialismo que gobernó tras la dictadura. Adelantamos su nuevo libro, ‘La España en la que creo’

Guerra: “La moción de Sánchez fue legítima pero podría haber sido criticada por engañosa”

“Sánchez tiene muy desarrollado el instinto de poder… Según un colaborador estrecho, la coherencia es incompatible con la política. Es el nuevo PSOE”

“La actitud de Zapatero sobre Venezuela es inexplicable”. Y se lamenta de quienes piden indultar a los autores del “golpe de Estado en Cataluña”

En junio de 2018 triunfaba por primera vez en la democracia española una moción de censura. La había cursado el Partido Socialista presentando como candidato a Pedro Sánchez. Fue apoyada por todos los grupos de la Cámara excepto el Partido Popular, que ostentaba el Gobierno, y Ciudadanos. El resto, Unidos Podemos, PNV, PDeCAT, ERC, Compromís y otros pequeños grupos se pusieron de acuerdo porque les unía un objetivo común, compartido por los partidos y probablemente por la mayoría de los ciudadanos, la retirada del Gobierno del presidente Mariano Rajoy.

La derecha ha calificado de ilegítima a esa moción de censura. De ahí que los sectores más extremistas hayan denominado al nuevo presidente okupa, es decir, que ha ocupado la presidencia sin título legal para hacerlo.

No es verdad, la moción de censura ha sido completamente legal y legítima, pues ha contado con el número de votos que exige la Constitución. Por lo tanto, la campaña de propaganda contra la legitimidad de la moción es parte de la radicalización de la derecha que soporta mal la pérdida del poder, pues, como se sabe, considera que el poder, por derecho natural, les corresponde.

Si hubieran sido más moderados podrían haber criticado a la moción de censura como engañosa, pues el candidato expresó con claridad en el debate de investidura que la moción tenía como objetivo la salida de la presidencia de Mariano Rajoy; llegó a decir que en el caso de que dimitiera el presidente, él retiraría la moción. Reiteró, además, que si prosperaba la moción convocaría elecciones lo más pronto posible. Aprobada la moción y ocupando ya la presidencia del Gobierno, cambió de criterio en pocas horas y anunció que pretendía agotar la legislatura.

Hubo también un segundo señuelo, se repitió que nunca llegaría a un acuerdo con populistas e independentistas. Tanto Pedro Sánchez como el secretario de organización del PSOE lo dejaron claro en público: “No pueden ser en ningún caso nuestros aliados, ni para una moción de censura. No es posible presentar una moción de censura con esos apoyos”.

Se aseguró a los militantes socialistas, como al conjunto de los ciudadanos, que no se llegaría a ningún acuerdo con populistas e independentistas. Más tarde se argumentó que no era un verdadero acuerdo, que el objetivo único, compartido por todos, era echar de la Moncloa a Mariano Rajoy por razones de sanidad política. Después se ha firmado un pacto de legislatura con Unidos Podemos con ocasión de los presupuestos generales del Estado.

El error del dirigente Pedro Sánchez no fue la presentación de la moción de censura que sirvió para lograr el objetivo de la separación del poder de Mariano Rajoy; su gran error fue no dar cumplimiento a su compromiso expresado en la tribuna del Congreso, convocar de inmediato elecciones. Su error fue no comprender que los aliados con los que pudo hacer triunfar la moción no eran solventes para gobernar.

No pueden negarle a Pedro Sánchez una gran habilidad, defenestrado de la secretaría general del PSOE, recuperó el cargo mediante unas elecciones primarias y alcanzó la presidencia del Gobierno con el grupo de diputados menos numeroso del PSOE de los 40 años de democracia. ¿Cómo ha sido posible esta asombrosa transformación?

Los nuevos: Ciudadanos y Podemos

Durante tres décadas la vida política tuvo como protagonistas a dos partidos que sumaban en torno al 85% de los diputados del Congreso. Hoy no es así, siguen siendo los partidos más votados, pero su suma sólo alcanza el 60%.

Han emergido dos nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, aunque esta última sigla no responde sólo a la de un partido, sino a una coalición de varios partidos que se presentan en la propaganda como uno solo. Ciudadanos nació en Cataluña para oponerse a la política discriminatoria del Gobierno nacionalista de la Generalidad (Generalitat). Tomaron el discurso que habían abandonado los socialistas del PSC, ahora en una zona ambigua, indeterminada entre el socialismo y el nacionalismo.

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez se saludan tras la moción de censura. POOL

Gobernar con el escuálido sostén de 84 diputados conduce a una senda de confusión y desdoro de los principios más queridos y respetados

Ciudadanos arrebató los votos de los castellanoparlantes que antes eran fieles al partido de los socialistas y contuvo lo que pudo la ambición egoísta del nacionalismo, hasta llegar a ganar las últimas elecciones autonómicas. Al saltar a la política nacional se le ha podido ver una inclinación a llegar a algún tipo de entendimiento con los grupos económicos y financieros más poderosos, lo que le supondrá un freno en sus posibilidades electorales, pues los votantes no tendrán todos los datos pero cuentan con una fina intuición.

Podemos tiene un origen más complejo; en parte son abanderados del movimiento de los indignados, en parte son herederos de los viejos comunistas (de ahí su hostilidad al PSOE, que viene de 1921, cuando el socialismo se negó a seguir las directrices de la Unión Soviética). Aparecen como los enemigos de la casta, así denominaban ellos -ya no usan el término- a los que pertenecían a la élite que disfrutaba de todos los privilegios, siempre según ellos. Es lo que explica las soflamas de su líder contra los propietarios de casa con jardín. Hasta que han accedido a ese tipo de disfrute. Su actuación muestra que no querían acabar con la casta, deseaban una inversión de casta, un cambio de su posición.

Estos dos partidos, por ser nuevos, al no haber tenido ninguna responsabilidad de gestión, abrieron una amplia expectativa electoral, puesto que no había motivo para pensar que hubiesen utilizado sus cargos para el beneficio personal. En el caso de Podemos esta simpatía no duró mucho; dirigentes que no declaran a Hacienda sus ingresos, subvenciones públicas para trabajos que no se realizan y sospechas, con fuertes indicios, de financiación de un régimen autocrático, una dictadura continuamente avalada por los dirigentes de Podemos. Sobre esta cuestión hay que señalar la inexplicable actitud del expresidente Rodríguez Zapatero; lo más difícil de entender es que no se levanten voces en el PSOE expresando la indignación que produce que se intente legitimar un régimen que, en nombre del pueblo, ha dejado al pueblo sin alimentos, sin medicinas y sin libertad.

Que individuos que han construido su proyecto político con los fondos que le llegan desde una dictadura la apoyen, se puede entender, nunca justificar, pero que un partido como el socialista, con siglo y medio luchando por la libertad y la igualdad, calle ante la legitimación de un sistema corrupto y antidemocrático, se hace difícil de asimilar.

Sostener que la huida de Venezuela de miles de personas porque no pueden soportar el régimen autocrático se debe al imperialismo norteamericano que les ahoga es ridículo e inmoral.

El vuelco político sufrido en el sistema de partidos, el paso del bipartidismo, que fue agotándose por la actitud y la práctica de los partidos que lo componían y por el acoso sistemático de los medios de comunicación y de los otros partidos, ha sido substituido por un escenario de cuatro partidos que no suman para construir un Gobierno sólido. A pesar de los males del combatido bipartidismo, ¿puede alguien sostener que el Parlamento de hoy es mejor que el del bipartidismo?

La ausencia de un proyecto político, que no sea la ruptura de la unidad territorial y el derribo de la monarquía a la búsqueda de la desestabilización del sistema, la falta de una visión de grandes acuerdos sobre los temas fundamentales, la carencia de unas mínimas reglas de educación y decoro político, hacen del Parlamento actual una especie de gallinero donde pugnan por destacar demasiados gallos de pelea.

Hay dos normas fundamentales que delatan la calidad democrática de una sociedad. La primera es el respeto a las reglas de juego de la política, es decir, la Constitución. (…) La segunda regla imprescindible de la democracia es la aceptación por los partidos políticos de la legitimidad de los partidos rivales. ¿Se respeta esta norma en la España de 2018? No de una manera convincente.

Hace pocas fechas, el presidente del Gobierno anunció, no en el Parlamento, en un acto de propaganda política, una reforma de la Constitución. Toda persona sensata pensaría que un cambio tan trascendente que afecta a las reglas del juego habría sido previamente consultado con el resto de los partidos políticos, dado que necesita de sus apoyos por la alta exigencia de mayorías que impone la Constitución. No se consideró necesaria esa consulta, a pesar de que el partido del Gobierno sólo cuenta con 84 diputados, y la reforma propuesta exige 210.

En concreto, la propuesta de reforma constitucional pretende la eliminación de parte de las causas que llevan al aforamiento (juicio en un órgano judicial superior, en este caso el Tribunal Supremo) de diputados, senadores y miembros del Gobierno; o sea, poco más de 600 personas de un total de 250.000 aforados.

Pocas horas después del anuncio del presidente, los partidos políticos han descargado el carro de modificaciones que exigen para apoyar la propuesta del Gobierno. A la vista de que la mayoría va en la dirección de debilitar las instituciones del Estado, se puede pensar que quizá los nuevos no saben lo que costó al pueblo español, las lágrimas, la sangre y los sacrificios de la libertad que pagaron los españoles para alcanzar una situación democrática como la que vivimos.

El elemento común de las propuestas de los partidos es la creación de inestabilidad del sistema, centrado en dos asuntos: derribar la monarquía y desconectar algunas comunidades autónomas de España. Es el deporte de moda, jugar con fuego, bajo la premisa de que todo es gratis, de que no hay que pagar por los incumplimientos de la Constitución o las leyes. O eso pretenden. Empiezan a hacer cola los solicitantes de indulto para los nacionalistas que dieron un golpe de Estado en Cataluña. Y aún no han sido ni siquiera juzgados.

La crisis política que vive España alcanza una dimensión existencial. No es un lenguaje hiperbólico; una parte de España se declara independiente, en otra se propone que España se constituya como una Unión Europea, y en otras están con el cuchillo afilado por si alguna tajada se desprende en el combate.

Aquellos que se muestran comprensivos con los que proclaman la independencia de Cataluña deberían ser conscientes de que en la hipótesis de que ello fuera un día una realidad jurídica, el nacionalismo de Euskadi aceleraría su ambición separatista, y si esta se produjese, Baleares levantaría el grito de independencia, que más bien pronto seguirían Valencia, Galicia, Canarias…

 

Resumen www.elmundo.es