Domingo 32º del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Mateo 25,1-13:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!” Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.” Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.” Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos.” Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco.” Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

Palabra del Señor

El evangelio de mateo se dividió en 28 capítulos. Este de hoy es el 25. Quiere decir que se acerca el final. Cuando Jesús se vaya, el centro de la fe será la “espera” a su vuelta. Porque él dijo que volvería. El mensaje que anuncian los evangelistas no acaba con la muerte ni con la resurrección de Jesús. El cristianismo se traducirá en una espera. La fe no es solo amor. Todo tiene pleno sentido en una espera.

Diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas.
Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

Ni las metáforas ni el vocabulario son del gusto de nuestro tiempo. La culpa no es de los evangelios. No será lo más importante, pero contribuye a la ausencia masiva en nuestras iglesias de las generaciones nuevas que no encajan con el vocabulario de doncellas necias y sabias, esposos, alcuzas de aceite. Esta bella alegoría del esposo que se hace esperar es solo de Mateo, fundada seguramente en una pequeña comparación hecha por Jesús que el evangelista desarrolla bellamente para que los que leamos su evangelio mantengamos nuestra fe encendida, seguros de que volverá a celebrar el final de una noche cuya duración es tan incierta como la vida.

El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”

La palabra “esposo” es solo eso: una comparación. Hoy en desuso en la vida de calle. Quizá en conventos de monjas antiguas siga siendo muy atractiva. Simplemente se trata de la vuelta de Jesús. Aquel que dijo que volvería. Ese Jesús que sigue siendo el fundamento de nuestra fe cristiana. Volverá a pesar de nuestro sueño. Para nuestro sueño es solo una fe: una creencia. Para algunos, una certeza. El cristianismo es una certeza más o menos firme que sostiene en pie a gran parte de una sociedad mundial. Duro es pensar qué sería del mundo, hoy, si nos falla a todos nuestra fe en la espera de la vuelta de Jesús. La fe es la seguridad en su palabra. Nadie ha dicho nunca una palabra que dure tanto y tan firme como la palabra de Jesús: “Volveré”

¡Gracias, Señor, porque nunca me faltó el aceite en mi alcuza!

Luis Alemán Mur.