Fernando Bermúdez: “Cuento lo que he vivido”

El grito de los refugiados: ¡Abrid las fronteras! ¡Parad la guerra!

Juan José Tamayo

Me rebelo frente a un mundo injusto que engendra guerras y cierra las puertas a los que huyen de ellas, permitiendo insensiblemente que mueran millares de hombres, mujeres y niños ahogados en las aguas del Mediterráneo

“Cuento lo que he vivido”. Es la afirmación que debiera aparecer en el frontispicio de esta magnífico libro de Fernando Bermúdez, miembro de la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, de Justicia y Paz, de los Comités Monseñor Romero, de Amnistía Internacional y activista de los derechos humanos.

Efectivamente, este libro es un relato fiable de su convivencia y trabajo en los campos de refugiados en Grecia, acompañado por su esposa Mari Carmen, Antonia Bernal y su esposo Francisco Jarauta.

Sí, convivencia durante un mes y medio, compartiendo las penalidades de niñas, niños, mujeres, hombres, refugiados y desplazados de Siria, Afganistán, Irak, Yemen, Sudán, Pakistán, Eritrea…,huyendo de la guerra, del terrorismo de DAESH y de otras organizaciones violentas, del miseria, de la muerte, de regímenes dictatoriales. Y también trabajo durante casi 12 horas al día; descargando trailers con alimentos, medicamentos y ropa, colaborando en la limpieza e higiene del campamento, realizando actividades con niños y niñas, visitando a las familias y recogiendo testimonios, experiencias dramáticas, situaciones traumáticas, grabando los gritos de las personas refugiadas muchas de ellas “a punto de morir ahogadas en el mar”.

Los testimonios, los relatos de la gente! son, sin duda, lo más valioso del libro. Sin relatos estremecedores: la extorsión de las mafias, el drama de la travesía del mar, millones de personas desplazadas, ciudades destruidas, terrorismo inmisericorde, dictaduras despiadadas, ruptura de las familias, miles de niños y niñas vagando solos, violencia contra las niñas y las mujeres, tráfico de órganos, abusos sexuales, condiciones deplorables en los campamentos de refugiados. Y el testimonio más desesperanzador: “En Siria ya no hay vida”.

Posteriormente, el autor convivió un tiempo en la isla italiana de Lampedusa con los inmigrantes y refugiados africanos que, después de sufrir toda clase de abusos y tormentos en las cárceles controladas por las mafias en Libia, se arriesgaron a cruzar el Mediterráneo, muriendo ahogados muchos de ellos en la travesía.

Ante este drama, ¿qué dice Europa, qué hacen los gobiernos europeos? Han claudicado, afirma con razón y conocimiento de causa Fernando Bermúdez. Se han encerrado en su torre de marfil, en su “prosperidad egoísta” y han renunciado a la solidaridad, a la hospitalidad, a los derechos humanos. No pocos de esos países han levantado vallas, muros y fronteras para impedir el acceso de los colectivos de personas refugiadas.

“Me rebelo frente a un mundo injusto que engendra guerras y cierra las puertas a los que huyen de ellas, permitiendo insensiblemente que mueran millares de hombres, mujeres y niños ahogados en las aguas del Mediterráneo”. Es la reacción indignada de Fernando Bermúdez ante tanta inhumanidad de los gobernantes que presumen cínicamente de defender la dignidad de todos los seres humanos. Reacción que se hace eco de la pregunta interpelante y denunciante y del sueño de Francisco al recibir el Premio Carlo Magno en 2016:

¿Qué te ha pasado, Europa humanista, defensora de los Derechos Humanos, de la democracia, de la libertad? Sueño con una Europa en la que ser inmigrante no sea un crimen. Suelo con una Europa en la que los jóvenes puedan tener empleos dignos bien remunerados. Sueño con una Europa en la que se dirá que su compromiso con los Derechos Humanos fue la última utopía”.

Muchas personas refugiadas abandonan sus países huyendo de la masacres del DAESH. Por eso el libro termina con una pregunta angustiosa. ¿Qué hacer frente a esta organización sanguinaria y a otras similares? La respuesta ni es fácil, ni unívoca. Bermúdez lo sabe. Por eso propone diferentes iniciativas:

En primer lugar, hay que analizar las causas que han provocado el nacimiento de estas organizaciones, entre ellas la prepotencia de Occidente frente a los países árabo-musulmanes, el control de sus yacimientos petrolíferos, la invasión de Irak, las detenciones, torturas y desapariciones en cárceles secretas estadounidenses, los escuadrones de la muerte.

En segundo lugar, relación con las víctimas de los atentados terroristas, es necesario reconocer la igual dignidad de todas ellas y no establecer jerarquías: víctimas de primera clase las producidas en Occidente y de segunda y tercera, las restantes.

En tercer lugar, la solución “no es la guerra”. La seguridad no se logra con intervenciones militares. De nuevo hay que recordar con el papa Francisco que “quienes negocian con las armas también son terroristas”.

En cuarto lugar, hemos de convenir con el politólogo polaco, recientemente fallecido, Zygmunt Bauman que debe tomarse en serio la situación de exclusión y marginación social en la que se encuentran no pocos de los jóvenes reclutados por el DAESH en Europa, sin olvidar la islamo-arabo-fobia reinante en el imaginario social. La alternativa no es otra que el respeto y el reconocimiento de la diversidad religiosa, cultural, étnica como un valor a cultivar y una riqueza a fomentar, la inclusión y la integración, que, a mi juicio, debe ser bidireccional. Integración que hay de comenzar por la educación intercultural.

En quinto lugar, hay que controlar la industria y el tráfico de armas, que es, sin duda, el grande y muy beneficioso negocio de las guerras para los países productores de armamento.

En sexto lugar, la lucha contra el terrorismo no puede convertirse en escusa o justificación para limitar el ejercicio de los derechos y las libertades de las personas y de los pueblos, ni para poner la seguridad por encima de la libertad y de la igualdad, ni para generar un clima de miedo, ni para crear estados policiales.

Concluyo con mi valoración personal de esta obra, que espero sea compartida por quienes la hayan leído -¡ya va por la 4ª edición!- y por las muchas personas que en adelante recorran sus páginas entre la emoción y la indignación, las protestas y las propuestas, el dolor y la pasión, la ternura y la denuncia: es un libro solidario, de acompañamiento, de denuncia, antiimperialista, contrahegemónico y altermundialista, humanista y humanizador, internacionalista y sin fronteras, políticamente incorrecto y éticamente generador de actitudes fraterno-sororales, pacifista, al tiempo que subversivo de conciencias instaladas, en actitud diálogo intercultural, interétnico e interreligioso. Antes de escribirlo, el autor ha predicado con el ejemplo y ha practicado los valores que acabo de reconocer en el libro.