Cada año miles de hombres, mujeres y niños son víctimas inocentes

Juan Vicente Boo Corresponsal En El Vaticano

Sumándose al Día Mundial contra la Trata de Personas, instituido por Naciones Unidas en 2013, el Papa Francisco ha recordado este domingo que «cada año miles de hombres, mujeres y niños son víctimas inocentes de la explotación laboral y sexual y del tráfico de órganos». Con tono de tristeza e indignación, ha denunciado que «nos estamos acostumbrado a considerarla una cosa normal. Esto es feo, cruel y criminal».

Según la Organización Mundial del Trabajo, las victimas de trabajo y prostitución en régimen de esclavitud son 21 millones, pero el número real, sumando condiciones similares es mucho mayor. El problema afecta también a los países desarrollados como los de la Unión Europea, incluida España.

Francisco ha insistido en reclamar «el esfuerzo de todos para que se haga frente de modo adecuado a esta plaga aberrante, esta forma de esclavitud moderna».

Después de haber pedido más energía a las autoridades, el Santo Padre ha invitado a miles de peregrinos que asistían al encuentro del Ángelus a«rezar juntos a la Virgen María para que sostenga a las víctimas de la trata y convierta los corazones de los traficantes».

Francisco ha promovido desde el comienzo de su pontificado la cooperación policial y judicial contra la trata, y las primeras cumbres mundiales se han celebrado en el Vaticano, organizadas por el gobierno del Reino Unido, líder histórico en la lucha contra el tráfico de esclavos africanos en el Atlántico.

Su modo de ver el problema coincide plenamente con un párrafo de la resolución adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas el 18 de diciembre de 2013: «La esclavitud, tanto en su forma moderna como en la antigua, no es sólo una vergüenza, sino que es ‘la execrable suma de todas las villanías‘, como la definió el abolicionista John Wesley, y no tiene cabida en nuestro mundo».

Comentando las parábolas evangélicas del tesoro escondido en un campo y la perla preciosa, el Santo Padre ha afirmado que «la alegría del Evangelio -la de los enfermos curados, los pecadores perdonados, etc.– llena el corazón de quienes encuentran a Jesús», quien nos libera «del pecado, la tristeza, el vacío interior y el aislamiento»