De noche. Llueve. Un bar de barrio en París. Junto al ventanal que da a la calle, sentados, frente a frente, en una mesa cutre, una joven con aspecto de puta no muy cara, habla con un hombre serio. Extremadamente tenso. Ella se le insinúa coquetamente. Él, visiblemente nervioso, confiesa que es sacerdote. Ella, al principio, se toma la afirmación a broma. No puede ser. No lleva sotana. Esta historia es de la década de los cincuenta. Él insiste: soy sacerdote. He abandonado el sacerdocio, pero sigo siendo sacerdote.

Ella, medio incrédula, medio espantada pregunta:

-Entonces, si tú coges una copa de vino y pronuncias esas palabras ¿ese vino se convierte en la sangre de Cristo?

Coge la copa de vino tinto y mientras le cae por el rostro, una gota de sudor, dice lentamente:

-Sí. Si to-mo es-ta co-pa de vi-no

Tomad y bebed. Esta es la copa de mi sangre, que será derramada por vosotros.

(Deja la copa sobre la mesa)

-Sí esta es la sangre de Cristo.

La chica mira con horror.

Curso 1963-4. En Salamanca se vive de lleno el Vaticano II. El profesor Carlos Castro Cubells está ante un aula abarrotada de alumnos. Todos con sed de reciclaje. Muchos de los presentes con su licenciatura de teología en el bolsillo. Castro Cubells les ha narrado una escena de una película recién estrenada en Francia.

El profesor Cubells pregunta: ¿Vds. creen que ha habido consagración?

  • Un oyente responde: “No, porque falta el Pan”
  • Otro alumno niega que hubiera consagración porque se supone que ese sacerdote estaba, de facto, suspendido a divinis.
  • Un tercero niega que haya habido consagración, porque el cura no tenía intención de consagrar.
  • etc 

Castro Cubells desmonta los piadosos argumentos de los oyentes:

-Según la doctrina oficial, las especies de pan y vino se “consagran” por separado, una a una. El pan no espera a “transustanciarse” a que se “transustancie” el vino.

-Aún en el caso de que estuviera suspendido a divinis, según la doctrina oficial, el cura seguía con sus “poderes” del sacerdocio.

-Hay que juzgar la película, y en ella aparece con evidencia que había intención de hacer lo que estaba haciendo.

etc

Entonces ¿había habido consagración, sí o no?

El profesor respondió con rotundidad:

-En una escena similar a la de la película, no habría ni consagración ni misa.

Efectivamente, 1.-con la ley vigente en la mano, en la escena narrada, el sacerdote es un sacerdote con poder de consagrar; 2.-había intención de consagrar; 3.-la copa era de vino. Es decir se daban todos los elementos químicos, sacramentales: orden sacerdotal, y voluntad de ejecutar. Sin embargo, no hubo “consagración”.

¿Por qué?

El profesor afirma con seguridad: Porque allí no había una comunidad. No hay presencia eucarística de Jesús si no hay comunidad. Se cumplían todos “los requisitos” menos el de una comunidad.

Bellísima respuesta. Pero toda la teología que yo había estudiado, al menos en lo referente a los sacramentos, se venía abajo. Y se fue abajo ¡gracias a Dios!

La Eucaristía no es alquimia místico-sacramental, no es brujería de “magos”. Es imprescindible mesa de hermanos con fe. Todo se hace para actualizar un mandato de Jesús. Hermanos que reparten pan y vino (reparten la creación que el Padre ha puesto en sus manos)

Venimos diciendo que la eucaristía, la mesa el Señor, es la cuna de la iglesia. Y que caminan juntas. La regeneración de la iglesia se fraguará y seguirá los pasos que siga la mesa del Señor.

En la mesa tienen que estar los hermanos, para que se haga presente allí Jesús. Por eso allí, alrededor de la mesa, se entiende el evangelio. Allí hablamos juntos al Padre. Allí nos invade la paz. Allí encontraremos esperanza. Allí aprenderemos qué es aquello de la comunión de los santos.

No. No es posible vivir la fe sin sentarse con hermanos, en esa mesa.