NO OS PIDO MÁS DE QUE LE MIRÉIS

V CENTENARIO SANTA TERESA.

Acostumbrarse a estar con el Maestro, acostumbrarse. Eso decía Teresa en el capítulo anterior y es algo fundamental. Solo a través de esta “costumbre” se hará cotidiana la presencia concreta de Jesús, como a los primeros discípulos, le siguieron, vivieron con él y aprendieron su modo de ser estando con él. Eso es la oración: estar con él, escucharle, mirarle y dejarse mirar por él. Aprender, por la costumbre a estar con él. Cuando ya nos hayamos acostumbrados, entonces nos encontraremos con el Resucitado, porque está vivo y presente aquí y ahora, y le reconoceremos.

Teresa se centra en la importancia de la mirada ¿por qué? Es la clave de la contemplación, que no es más que saber mirar, tener los ojos abiertos y ver la verdad de la realidad, no lo que proyecta la propia imaginación. Este es el concepto de contemplación: saber ver, saber mirar, tener ojos abiertos.

La diferencia de la contemplación cristiana de otras formas de contemplar, es que se realiza en compañía de alguien concreto y real: Jesús de Nazaret. Su presencia lo llena todo, se le mira a él, se le escucha a él y se aprende a orar como él oró. Se trata de llegar a dejarse mirar por él. No es un contemplar en abstracto y para la propia satisfacción. No se trata de encontrar la armonía y la paz interior, el autocontrol de las propias emociones y sentimientos. Se trata de despojarse de todos los prejuicios, de todos los esquemas preconcebidos, vaciarse de todo lo propio, para tener capacidad de recibir la novedad que Jesús ofrece, acoger su amor y dejar que sea el Espíritu quien vaya enseñando desde el interior. Para vivir cada minuto en plenitud de consciencia, saborear la vida, las personas, la naturaleza desde la mirada de Dios.

Este es el verdadero cambio, la contemplación lleva a tener ojos nuevos, ojos limpios como la Verdad que Dios es. Jesús enseña a vivir como él vivió: “pasó haciendo el bien”. No hay otro fin en la contemplación cristiana que el servicio a los demás. No se trata de “perder” el tiempo en uno mismo (sentimiento frecuente cuando se está a solas con uno mismo), se trata de un camino que se recorre para servir a los demás. Porque nadie da lo que no tiene y para dar la propia vida primero hay que poseerla, ese es el camino de la oración.

Textos para la lectura

Camino 26, 3. No os pido ahora que penséis en El ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras. Haos sufrido mil cosas feas y abominaciones contra El y no ha bastado para que os deje de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos de estas cosas exteriores, le miréis algunas veces a El? Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le miremos. Como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya.

C. 26, 4. Que El se hace el sujeto, y quiere seáis vos la señora, y andar El a vuestra voluntad. Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues ¿es mucho que a quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?

C. 26, 5. Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella! O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por El, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vayáis vos con El a consolar y volváis la cabeza a mirarle.

C. 26, 6. «¡Oh Señor del mundo, verdadero Esposo mío! -le podéis vos decir, si se os ha enternecido el corazón de verle tal, que no sólo queráis mirarle, sino que os holguéis de hablar con El, no oraciones compuestas, sino de la pena de vuestro corazón, que las tiene El en muy mucho-, ¿tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que queréis admitir una pobre compañía como la mía, y veo en vuestro semblante que os habéis consolado conmigo? Pues ¿cómo, Señor, es posible que os dejan solo los ángeles, y que aun no os consuela vuestro Padre? Si es así, Señor, que todo lo queréis pasar por mí, ¿qué es esto que yo paso por Vos? ¿De qué me quejo? Que ya he vergüenza, de que os he visto tal, que quiero pasar, Señor, todos los trabajos que me vinieren y tenerlos por gran bien por imitaros en algo. Juntos andemos, Señor. Por donde fuereis, tengo de ir. Por donde pasareis, tengo de pasar».

C. 26, 8. Diréis, hermanas, que cómo se podrá hacer esto, que si le vierais con los ojos del cuerpo en el tiempo que Su Majestad andaba en el mundo, que lo hicierais de buena gana y le mirarais siempre. -No lo creáis, que quien ahora no se quiere hacer un poquito de fuerza a recoger siquiera la vista para mirar dentro de sí a este Señor (que) lo puede hacer sin peligro, sino con tantito cuidado), muy menos se pusiera al pie de la cruz con la Magdalena, que veía la muerte al ojo. Mas ¡qué debía pasar la gloriosa Virgen y esta bendita Santa!

C. 26, 9. Lo que podéis hacer para ayuda de esto, procurad traer una imagen o retrato de este Señor que sea a vuestro gusto; no para traerle en el seno y nunca le mirar, sino para hablar muchas veces con El, que El os dará qué le decir. Como habláis con otras personas, ¿por qué os han más de faltar palabras para hablar con Dios?

C. 26, 10. También es gran remedio tomar un libro de romance bueno, aun para recoger el pensamiento, para venir a rezar bien vocalmente, y poquito a poquito ir acostumbrando el alma con halagos y artificio para no la amedrentar… Y tórnoos a certificar que si con cuidado os acostumbráis a lo que he dicho, que sacaréis tan gran ganancia que, aunque yo os la quisiera decir, no sabré. Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy determinadas a deprender lo que os enseña, y Su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis. Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama.

Mª Rosa Bonilla