“Nuevo Testamento”. Edición y breve comentario por Senén Vidal (566)  

Escribe Antonio Piñero

La obra que comento hoy es sin duda el fruto del trabajo de toda una vida. Desde aproximadamente 1944, fecha en la que se editó la primera edición de la versión bíblica de Nácar-Colunga –la primera edición completa de la Biblia traducida de las lenguas originales– estimo que se han producido en España una treintena de “Biblias” completas, traducidas y anotadas por lo general por un equipo de estudiosos. Existen también unas pocas ediciones con notas del Nuevo Testamento solo, como la de Juan Mateos, de amplia difusión. Pero ninguna, que yo sepa, es de la orientación, del porte y del volumen de la obra presente. Así que ocupa un lugar poco frecuentado hasta ahora en las publicaciones en lengua española.

He aquí su ficha: Nuevo Testamento. Edición preparada por Senén Vidal (Colección “Presencia teológica 217). Sal Terrae (Grupo Editorial Loyola), Maliaño, España, 2015, 1302 pp. ISBN: 978-84-293-2253-8. Con mapas de Jerusalén en tiempos del Nuevo Testamento; Palestina en tiempos de Jesús y Lugares del cristianismo primitivo.

He comentado muchas veces las obras de Senén Vidal, tanto sobre Pablo como sobre Jesús, y he señalado sus importantes méritos. También he apuntado lo que yo creía que eran algunos desenfoques o puntos de disentimiento. Pero siempre desde un notable respeto por la obra de este autor a quien conozco personalmente desde 1974. Y en este caso ocurre igual, pues la valoraré positivamente aunque señalaré algunos puntos de disensión.

La versión es, naturalmente del texto griego de Nestle-Aland, edición 28 de 2012. La traducción es voluntariamente literal, aunque sin tropiezos aparentes de la sintaxis castellana.

Como ya había hecho nuestro autor en su edición y comentario de las “Cartas originales de Pablo” (editada por Trotta, Madrid, versión definitiva de 2002), el texto de esta versión se presenta estructurado, no seguido sino dividido en frases o unidades de sentido, por medio de una variada configuración tipográfica. El autor indica el significado de esta tipografía: en el Evangelio de Juan se utiliza una sangría mayor para los textos de las tradiciones básicas de esta obra (muy compleja en su redacción, en la que participaron varios autores y a la que Senén ha dedicado un ensayo muy amplio –que también hemos comentado– titulado “Evangelio y Cartas de Juan. Génesis de los texto johánicos, Edit. Mensajero, Bilbao 2013) que está compuesta de esas tradiciones básicas más los añadidos de una “Colección de signos” o milagros de Jesús y un Relato de la pasión. Para las añadiduras posteriores al corpus del Cuarto Evangelio emplea Vidal un tipo de letra más pequeño. Para el resto del Nuevo Testamento ha usado nuestro autor una sangría mediana en los pasajes formados por tradiciones más configuradas que las básicas, al igual que para las citas del Antiguo Testamento. Y finalmente utiliza una sangría más pequeña para todos los restantes textos del Nuevo Testamento que contienen motivos tradicionales o básicos.

Una novedad es que S. Vidal se ha decidido por presentar al principio del Nuevo Testamento una edición comentada de la “Fuente Q” (aquí ha seguido básicamente, sin disensiones el texto, devenido un clásico, editado por J. M. Robinson – P. Hoffmann – J. S. Kloppenborg, “El documento Q en griego y en español con paralelos del Evangelio de Marcos y del Evangelio de Tomás, Sígueme-Peeters, Salamanca/Leuven 2ª edición de 2004). Creo que este añadido es un acierto, porque al separar los dichos de Jesús de las interpretaciones y añadidos de Mateo y Lucas, al substraerlas del orden de Mateo sobre todo, y considerar esos dichos por sí mismos es muy iluminador. Se entiende mucho mejor el sentido primitivo que pudieron tener en la predicación de Jesús.

Me parece interesante también que S. Vidal haya hecho anteceder a cada libro del Nuevo Testamento una suerte de “Prólogo” introductorio que lleva el título de “Formación del Nuevo Testamento”. Opino que es una buena idea, e indispensable para que se entienda bien el conjunto de este corpus. Esta “introducción” hace referencia a dos momentos:

I. “La etapa básica”, a) la misión de Jesús de Nazaret, donde S. Vidal expresa de nuevo su conocida tesis de los “tres proyectos” de la vida de Jesús: A. La asunción por parte de Jesús del proyecto de Juan Bautista. B. La misión autónoma en Galilea, que termina en un fracaso. C. La misión final en Jerusalén en la que Jesús asume voluntariamente su muerte y su resurrección y las integra dentro de su proyecto global de proclamación de la llegada del reino de Dios.

b) El movimiento cristiano antiguo, con sus diversas corrientes, fundamentalmente dos: 1. La más ligada al judaísmo. 2. La helenística, orientada ya desde el principio, según Vidal, a la “congregación del pueblo mesiánico completo, integrada por judíos y gentiles en una misión abierta a todos los pueblos”.

c) La formación de las diversa tradiciones: 1. La básica o tradiciones de la vida comunitaria de los primeros cristianos ligadas a dichos y hechos de Jesús, tanto en Pablo como en los Evangelios y otros escritos neotestamentarios. 2. La específica, como relatos de milagros de Jesús o de parábolas. 3. El desarrollo y fijación de esas tradiciones.

d) La misión paulina. Sus etapas: misión dependiente de Antioquía y misión autónoma. Sus cartas auténticas, su carácter y su configuración.

II. El segundo punto de esta Introducción se ocupa de la “Evolución del movimiento cristiano”, de sus condicionantes históricos, del sentido de esa evolución y del proceso de institucionalización del movimiento. Finalmente, dentro de este mismo apartado, aborda S. Vidal separadamente el proceso de configuración literaria final de los Evangelios Sinópticos; de la compleja literatura juánica, evangelio y cartas; la configuración de los escritos paulinos, cómo se formó la colección de cartas originales, cómo y con qué carácter se produjeron los nuevos escritos pseudopaulinos y finalmente el carácter, estructura literaria y significado de los otros textos, en forma de carta, atribuidos a apóstoles distintos a Pablo y el Apocalipsis.

Naturalmente, además cada obra del Nuevo Testamento tiene su introducción particular, incluida la dedicada a la “Fuente Q”, y la muy notable cantidad de notas, de modo que estas llegan a ocupar más del 50% de cada página, ya que no llevan sangrado alguno.

Mi valoración de esta obra es la siguiente: en conjunto me parece estupenda y necesaria. Es recomendable y hay que tenerla en nuestra biblioteca básica del Nuevo Testamento. Disiento, sin embargo, en algunos puntos: creo que la distribución tipográfica en “kola y kómmata”, es decir, en unidades de sentido, es absolutamente discutible. Además, personalmente, no creo que ayude mucho al lector la distribución del texto en sangrías, porque al final le hace muy poco caso –le interesa fundamentalmente el sentido—y el gasto de espacio y papel es mu grande. Entre ladillos que indican el sentido de cada perícopa (en negrita), las subdivisiones internas de cada una de ellas (en cursiva) y los lugares paralelos –sobre todo en los evangelios sinópticos– se emplea una cantidad de espacio, y papel enorme pero con poco fruto práctico. Si a esto añadimos que el contenido de bastantes notas vuelve a repetir lo que dice el texto, solo un poquito más aclarado, y que ese contenido podría eliminarse –por evidente y obvio– para concentrarse en las notas verdaderamente ilustrativas, opino que la edición podría reducirse por lo menos en un tercio de páginas. Y ello redundaría en menor gasto y en la presentación de un volumen de menor tamaño y menor peso, mucho más manejable.

En segundo lugar: la introducción general y las particulares (me he fijado sobre todo en lo que estoy trabajando ahora para la futura edición del Nuevo Testamento de la “Biblia de San Millán”, a saber, “Fuente Q”, el Evangelio de Marcos y el Corpus paulino auténtico) me parecen que se fijan mucho en cuestiones formales, y literarias, y ofrecen poco espacio a las cuestiones ideológicas de la evolución interna de los seguidores de Jesús que afectan al nacimiento y desarrollo del cristianismo. Hay que tener en cuenta que en la creación de la cristología –núcleo de la teología cristiana– afectan sin duda los condicionantes sociológicos (división entre hebraístas y helenistas en el lenguaje de Lucas), ciertamente, pero ante todo la ideología, las interpretaciones exegéticas/teológicas en torno a la figura y misión del Mesías a partir de una nueva consideración del texto de las Escrituras que, según los cristianos primitivos, eran una prefiguración de aquel.

Por eso me parece poco acertado que en la introducción a Marcos no se encuentre ni una sola palabra a la notabilísima influencia del pensamiento paulino en este evangelista y, por siguiente en Mateo y Lucas que copian de él. Todos los evangelistas –incluida la escuela johánica– aceptan la interpretación paulina esencial de la figura y misión del Mesías. Todos son paulinos de esa manera. Por eso hay que destacar que el Nuevo Testamento se forma en torno al pensamiento de Pablo, sus sucesores y la de aquellos otros (como Mateo, “Juan”, Santiago y el autor del Apocalipsis) que eran asimilables dentro de un paulinismo básico y amplio.
Además subyace, en mi opinión, a la concepción básica de S. Vidal la idea de que la Gran Iglesia –en torno a la cual se fueron concentrando las diversas denominaciones o facciones cristianas, judeocristianas, paulinas, etc.– existía por sí misma. Y no es así: la Gran Iglesia es la paulina y las demás se subordinaron históricamente a ella porque fue con el tiempo la más numerosa y la mejor organizada. Como he sostenido tantas veces, el Nuevo Testamento no es el fundamento del cristianismo, sino de un cristianismo, el paulino, el vencedor.

En tercer lugar, no estoy de acuerdo con el denominado “tercer proyecto de Jesús”, según S. Vidal porque presupone demasiado en Jesús. A saber, que él –que se consideraba al menos al final de su vida como el mesías de Israel– llegó a tener la idea clara de que la muerte del mesías, la suya, era un prerrequisito divino para la llegada del Reino. Y, además, que aceptaba que su resurrección sería un únicum en el judaísmo, ya que tendría lugar antes de la llegada del Reino, a la que colaboraría efectivamente una vez resucitado. El judaísmo, de cuño farisaico y esenio no el saduceo, de la época de Jesús creía firmemente en la resurrección universal (al menos de los justos israelitas) inmediatamente para el Juicio Final, pero no entendía en absoluto que una sola persona, un individuo único, resucitara él solo, aisladamente, antes del Juicio (A esto se refiere el siguiente pasaje de Marco 9,9-10: “Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos»).Creo que el invento de esa idea, insólita en el judaísmo, no puede atribuirse con seguridad a Jesús según el estado de nuestras fuentes. Jesús pudo barruntar su muerte, porque no era en absoluto tonto o ingenuo, pero de ahí a pensar que el final designado por Dios para su mesías era la muerte (¿con sentido redentor además?) y que iba a resucitar como un únicum en el judaísmo es una idea totalmente paulina generada una vez que se hubo hallado, por el recurso a las Escrituras, la justificación teológica de la horrorosa muerte de Jesús.

Y, por último, creo que la interpretación general de Pablo presentada en las notas a sus cartas auténticas no tiene en cuenta el necesario diálogo con las posturas de hoy de muchos intérpretes paulinos, sobre todo judíos, que han generado una radical interpretación del Apóstol en lo que se refiere –entre otros muchos puntos– a su mal denominada “conversión”, a su presunta abjuración del judaísmo, a su deseo consciente de contribuir a la formación de una entidad religiosa nueva distinta esencialmente al judaísmo, al presunto rechazo absoluto paulino a la función salvífica de la ley de Moisés para aquellos judíos que se convertían a la fe en Jesús como mesías, a la naturaleza semidivina de este mesías y otros puntos menores que hoy se discuten con gran intensidad y que deben tenerse en cuenta en un comentario, aunque sea breve, a las cartas de Pablo.

Espero, sin embargo, que mi disentimiento en estos puntos, que afectan ante todo al enfoque general de algunas partes de las introducciones y de las notas a pie de página, no se entienda como una valoración negativa a la totalidad de este magnum opus. De ningún modo. Creo que en conjunto es muy de tener en cuenta y que sirve para iluminación en muchas de sus aclaraciones y análisis de estructuras, y para una ulterior conclusión. De sus notas a los evangelistas, a la “Fuente Q” y a Pablo voy a obtener mucho provecho.

Saludos cordiales Antonio Piñero

Universidad Complutense de Madrid