Como es lógico, Granada está sufriendo estos días el escándalo y la indignación por los abusos sexuales de menores que presuntamente han cometido algunos curas y dos laicos. Lo razonable sería dejar que la justicia actúe y aceptar su veredicto. Por otra parte, ya es bien sabido que, en este penoso asunto, el papa Francisco ha sido el que ha tomado la iniciativa, el que ha pedido que el presunto delito se denuncie en el juzgado, y el que controla al detalle la solución que requiere el caso, así como la ayuda que se ha de prestar a las víctimas.

Sin embargo, parece que hay gente empeñada en que el escándalo se siga agitando. Se sabe, en efecto, de no pocas personas que están preparando, para el próximo domingo día 23, una especie de manifestación de “desagravio” en la catedral, coincidiendo con la misa que allí celebra el arzobispo. No dudo de la buena voluntad de las personas que están preparando semejante desagravio. Lo que no tengo tan claro es que sea un acierto organizar ese acto. ¿A quién quieren desagraviar? ¿Tienen estas personas tan claro que a quien quieren desagraviar es completamente inocente? ¿No se dan cuenta de que, cuando ocurre un incidente de este tipo, lo mejor es dejar actuar a las autoridades competentes y no dar más motivos de agitación o chismorreo?

Y ya, puestos a hablar sobre el tema, leo en algunos comentarios de Religión Digital que hay quienes me acusan a mí, como profesor que fui de la Facultad de Teología de Granada, de haber sido yo formador o educador de alguno (o algunos) de los presuntos delincuentes. Pues bien, a quienes andan difamando con semejantes disparates, yo les recomendaría que tengan mucho cuidado con lo que dicen. La Facultad de Teología de Granada es una institución muy digna, de un alto nivel intelectual y religioso, y a la que es mucho lo que le debe la archidiócesis de Granada. Por la cantidad de excelentes sacerdotes que en ella se han formado desde el año 1939, cuando en la misma casa de la Facultad fueron acogidos todos los estudiantes diocesanos de la archidiócesis que tenían sus seminarios derruidos por la violencia de la Guerra Civil. Y por lo que a mí respecta en concreto, yo no pude ser profesor de ninguno de los presuntos delincuentes, si es que efectivamente se trata de hombres que tienen en torno a cuarenta años. Yo tuve que abandonar mi cátedra de teología dogmática el año 1983, y en 1988 se me retiró desde Roma (sin juicio y sin saber por qué) la “venia docendi”. Desde entonces no he podido enseñar nada, ni bueno ni malo, a ningún cura de Granada. En todo caso, doy la cara por mis compañeros, profesores de la Facultad, los que eran en mi tiempo de profesor. Y los que están ahora, que son excelentes personas en todos sentidos.

Y termino recordando lo más fuerte. Según los evangelios, Jesús dijo: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más les valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar” (Mt 18, 6; Mc 9, 42). Un texto que, en cualquier caso, es la sentencia del Evangelio para quienes van por la vida dando motivo de escándalo a quienes buscan el bien y la verdad, sobre todo si son personas desprotegidas.

José M Castillo