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Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

“Dijo Jesús a Nicodemo”. Juan presenta a Nicodemo como un buen fariseo, magistrado del pueblo, miembro del Sanedrín. Nicodemo está convencido de que la sociedad necesita un cambio profundo mediante la observancia de la Ley mosaica.

“Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. La conversación de Jesús con Nicodemo parece que fue tensa. Jesús no promueve una sociedad nueva a base de un sistema de leyes nuevas. El Reino de Dios no es producto de imponer Leyes externas sino de crear hombres nuevos. La plenitud humana no se consigue con el cumplimiento de la Ley sino con el triunfo del amor.

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Solo con unos hombres dispuestos a amar hasta el fin se puede esperar una sociedad nueva: el Reino del que habla Jesús. Este es el único sentido cristiano de la Cruz: triunfo del amor hasta el final. Esa cruz sí salva. Creer en la Cruz es creer en la fuerza del amor. Amor hasta el final. Este es el sentido de la copa de vino en la cena del Señor. Amar hasta estar dispuesto a derramar la sangre por los demás.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Ese es el sentido de la vida del Jesús de Nazaret. Vivió y murió entre los demás hombres explicando qué entiende Dios por amor. No salva ni la Ley ni el dolor. Salva la entrega y el amor hasta el límite que la vida exija a cada uno.

“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. ¿Hay alguien que haya convertido la vida de Jesús de Nazaret en una condena a los hombres? ¿Hay alguien que convierta a su iglesia en un movimiento condenatorio? No solo tenemos que separar de entre nosotros a los pederastas porque hacen daño. También hacen daño aquellos que en nombre de Jesús se dedican por profesión o por error a condenar en nuestro nombre y en nombre de Jesús.

En la mesa del Señor se muestra el Cuerpo (significado en el Pan) que se entrega. Y se muestra la Copa de la sangre (significada en el vino) como entrega total. Ese es el hombre nuevo.

Luis Alemán Mur