El cementerio es un barrio de historias a las que se les acabó el tiempo. El tiempo es la riqueza que cualquier vida tiene hasta que muere. El tiempo no se compra. El tiempo se gasta o se pierde. Mal gastar el tiempo es el error más grave. Porque el tiempo perdido no se recupera. Si se pierde todo el tiempo, a eso se le llama muerte.

 

El tiempo es una dimensión de la que todo o casi todo lo sabemos. Lo único de lo que todos sabemos. Por contrapartida, de lo único que nadie sabe nada, absolutamente nada es eso que llamamos eternidad. Nos inclinamos a pensar o imaginar la eternidad como un tiempo que no acaba. La eternidad tendrá que ser otra dimensión muy diferente al tiempo

 

Por lógica o por fe, hemos llegado a la conclusión de que Dios es eterno. Porque si Dios es, ha de ser eterno. Sería como un chiste teológico tener un Dios solo para el Tiempo.

 

Pero si la eternidad existe ¿cuándo “empieza” la eternidad para cada uno? Terminar se supone por definición, nunca termina. Pero una vez muerto, ya sin tiempo ¿cuándo “llega” para el muerto la eternidad? ¿Hay que esperar mucho tiempo para que la eternidad llegue al difunto? Tardar mucho o tardar poco, ya no tiene sentido si el tiempo acabó.

 

Nuestra mente y nuestro vocabulario están configurados en el tiempo y para el tiempo. En el fondo cuando intentamos pensar o hablar de la eternidad mostramos audacia o ingenuidad. Intentar aplicar a la eternidad el ritmo o el vocabulario del tiempo es un error frecuente.

 

A los difuntos no se les puede medir con días, años o siglos. Lo que hay después del tiempo, para los mortales vivos, es el gran misterio.

 

Creer y esperar la eternidad es igual a creer y esperar a Dios. Personalmente confieso que no creo en eso de esperar la maldad eterna. No creo en un Demonio eterno, ni en un infierno eterno. La maldad o lo malo es propio del tiempo. Y lo produce el egoísmo humano. La eternidad solo es concebible para la fraternidad.

 

Es de suponer que si llevamos con nosotros algo de bueno, habrá eternidad para ese algo. Y es de suponer que si con nosotros solo hay maldad, para ese nosotros no es posible la eternidad. Para la maldad solo queda la nada. Todo como consecuencia de que la única eternidad posible es Dios. Y fuera de Dios no hay eternidad.

 

Tengo 89 años, lleno de enfermedades. Estoy a punto de morir. Lo único que me interesa ya es Dios. Se me acaba el tiempo. No me interesaría una eternidad sin Dios.

 

Y si llevo algo de bueno conmigo, eso vino de Dios. También vino de mis padres, destrozados por unos jueces militares que actuaban bajo el incipiente régimen de Francisco Franco.

Luis Alemán Mur