ORACIÓN PARA NOCHEVIEJA

Señor, antes de entrar en el bullicio y el aturdimiento del fin de año, quiero esta tarde encontrarme contigo despacio y con calma. Son pocas las veces que lo hago. Tú sabes que ya no acierto a rezar. He olvidado aquellas oraciones que me enseñaron de niño y no he aprendido a hablar contigo de otra manera más viva y concreta.

Señor, en realidad, ya no sé muy bien si creo en ti. Han pasado tantas cosas estos años. Ha cambiado tanto la vida y he envejecido tanto por dentro. Yo quisiera sentirte más vivo y más cercano a ti. Me ayudaría a creer. Pero me resulta todo tan difícil.

Y sin embargo, Señor, yo te necesito. A veces me siento muy mal dentro de mí. Van pasando los años y siento el desgaste de la vida. Por fuera todo parece funcionar bien: el trabajo, la familia, los hijos. Cualquiera me envidiaría. Pero yo no me siento bien.

Ya ha pasado un año más. Esta noche comenzaremos un año nuevo, pero yo sé que todo seguirá igual. Los mismos problemas, las mismas preocupaciones, los mismos trabajos. Y así, ¿hasta cuándo?

Cuánto desearía poder renovar mi vida desde dentro. Encontrar en mí una alegría nueva, una fuerza diferente para vivir cada día. Cambiar, ser mejor conmigo mismo y con todos. Pero a mi edad no se pueden esperar grandes cambios. Estoy ya demasiado acostumbrado a un estilo de vida. Ni yo mismo creo demasiado en mi transformación.

Por otra parte, Tú sabes cómo me dejo arrastrar por la agitación de cada día. Tal vez por eso no me encuentro casi nunca contigo. Tú estás dentro de mí y yo ando casi siempre fuera de mí mismo. Tú estás conmigo y yo ando perdido en mil cosas.

Si al menos te sintiera como mi mejor Amigo. A veces pienso que eso lo cambiaría todo. Qué alegría si yo no te tuviera esa especie de temor que no sé de dónde brota pero que me distancia tanto de ti

Señor, graba bien en mi corazón que tú hacia mí sólo puedes sentir amor y ternura. Recuérdame desde dentro que tú me aceptas tal como soy, con mi mediocridad y mi pecado, y que me quieres aunque no cambie.

Señor, se me va pasando la vida y, a veces, pienso que mi gran pecado es no terminar de creer en ti y en tu amor. Por eso, esta noche yo no te pido cosas. Sólo que despiertes mi fe lo suficiente para creer que Tú estás siempre cerca y me acompañas.

Que a lo largo de este año nuevo no me aleje mucho de ti Que sepa encontrarte en mis sufrimientos y mis alegrías. Entonces tal vez cambiaré. Será un año nuevo.

RECUPERAR A JESÚS

Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.

Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».

Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.

Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo? El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer». En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.

Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.

Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.

No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos  necesitamos conocer a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de cerca día a día. Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios.