San Juan de la Cruz cantor supremo del amor


Vida y obra.

Nace en 1542, Fontiveros (Avila) y queda pronto huérfano de padre. Su madre, tejedora de oficio, sin protección familiar ni dinero, busca trabajo en Arévalo (1548) y Medina del Campo (1551), rica ciudad de Castilla. Así conoce la estrechez y pobreza rigurosa de los pobres de su tiempo. Del 1559 al 1563 trabaja en el hospital de infecciosos (de enfermedades venéreas) de Medina, entrando así en contacto con la miseria y dureza de la vida. Al mismo tiempo cursa humanidades en el Colegio de la Compañía de Jesús, uno de los centros más prestigiosos de cultura humanista y literaria de su tiempo. Conoce a los clásicos latinos, se familiariza con la poesía renacentista.

El año 1563, ingresa en la Orden de los Carmelitas, en Medina, con el nombre de Juan de San Matías. Estudia en la Universidad de Salamanca, donde es delegado de estudiantes, interesándose por la espiritualidad y teología bíblica más que por la escolástica. Abandona la Universidad sin acabar los estudios. Se ordena presbítero (1567) y encuentra a Teresa de Jesús, aceptando su Reforma de la Orden del Carmen, para iniciar así la nueva rama de los Carmelitas Descalzo, el año1568, en Duruelo y Mancera, dos lugares apartados, junto a Peñaranda (Salamanca), siendo después maestro de novicios y rector en Alcalá de Henares.

De 1572 a 1577 es Confesor del Monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa de Jesús es superiora. Realiza una intensa función de maestro y director espiritual, especialmente de religiosas. El año 1577, acusado de falta de obediencia contra la Orden de los Carmelitas (Calzados) y contra la Iglesia, es recluido en una cárcel conventual de Toledo, de donde se evade a los ocho meses. Vive allí sus más hondas experiencias de amor en soledad y las recoge en sus poemas, especialmente en el Cántico Espiritual, que expresan su madurez personal y le permiten realizar su tarea de maestro de almas. Se escapa de la cárcel y del año 1578 al 1590 ejerce, como Prior o Rector de los conventos de Jaén, Baeza, Granada y Segovia y como Definidor de los Descalzos, viajando por las dos castillas, Andalucía y Portugal. Comenta sus poemas y escribe tres libros de iniciación y dirección espiritual, que después indicaré.

Culminada básicamente su producción literaria en 1586, tras haber realizado una obra muy intensa de dirección espiritual y de organización de la Reforma del Carmelo, SJC cae en desgracia ante las nuevas autoridades de la Orden, siendo relegado por los superiores, que quieren apartarle de los centros de influjo, destinándole para la fundación de México. Pero no logra embarcar, pues muere antes en Úbeda (Jaén), el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años, pidiendo que le lean en su lecho de muerte Cantar de los Cantares.

Los libros de SJC nacieron de su experiencia personal y de su contacto con personas a quienes dirigía y, en general, aparecen como un comentario de sus versos. Había escrito y divulgado también otros poemas significativos, por su contenido teológico o espiritual (Romance de la Trinidad, El Pastorcico, La Fonte, Super Flumina Babylonis); pero sólo comentó por extenso tres de ellos, porque le parecían más significativos o porque así se lo pidieron las personas de su entorno: La Subida La Noche empiezan siendo comentarios paralelos de las ocho estrofas del poema En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada… Pero en un caso y en otro, SJC olvida pronto los versos y escribe de hecho un tratado (en dos partes o dos libros) sobre el proceso de purificación de aquellos que quieren encontrar a Dios, esto es, ascender (ser elevados) hasta su presencia.  El Cántico Espiritual comenta las 39 (CA) o las 40 (CB) estrofas del poema del mismo nombredonde SJC ofrece una versión nueva del Cantar de los Cantares de la Biblia, en la que se expresa como poeta y analista, creador y hermeneuta del amor enamorado. Siguen influyendo en esta obra las negaciones de Subida Noche, pero ellas son ahora un presupuesto o medio. Lo que importa es el encuentro de amor.  La Llama de Amor Viva, que expone y comenta cuatro canciones que empiezan Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres…, es la obra teológicamente más honda de SJC y en ella muestra que al fin sólo importa y queda Dios, como fuego interior que consume y consuma la vida de los hombres. Desaparecen las restantes referencias: no hacen falta purificaciones ni caminos largos. El fuego de Dios lo llena todo.

Éstos son los libros. Parecen escritos al azar y, sin embargo, ofrecen una poderosa visión de conjunto de la experiencia de un hombre que ha descubierto y cultivado el amor de Dios en la experiencia del amor humano. SJC es poeta de ese amor. Pero, siendo poeta, es también hermeneuta: no sólo dice y despliega en amor su experiencia, sino que la interpreta, desde su visión del cristianismo (de la Biblia) y la cultura de su tiempo. SJC vive en una época de crisis humana y religiosa, al interior de la gran aventura imperial y colonial de la corona española. Pero esa aventura no le importa, ni tampoco las luchas de católicos contra protestantes en Europa, ni la gloria externa de la Iglesia católica. Sólo le importa una cosa: que hombres y mujeres aprendan a querer a Dios y que se quieran.

Ciencia de amor: Dios y los hombres.

Este SJC, cantor supremo del amor en occidente, fue un castellano del siglo XVI pero sus versos pueden comentarse desde la perspectiva más amplia de la cultura moderna, que más que amor ha buscado poder y dinero, poniendo de esa forma en riesgo la hondura y verdad de la existencia humana. SJC fue poeta y así expresó su amor en versos, como testigo de una experiencia intensa de iluminación y unidad afectiva que le vincula con una determinada tradición religiosa y antropológica (Cantar de los Cantares, neoplatonismo…). Pero, al mismo tiempo, fue un teórico (un teólogo) y escribió los comentarIos a sus versos, situándolos también en el trasfondo de la filosofía y teología de su tiempo.

SJC ha evocado a Dios con experiencia y cantos de amor humano. No demuestra su existencia, ni define su esencia con argumentos. No razona ni arguye, hace algo previo y más hondo: avanza en el camino del amor, para cantarlo con palabra y melodía emocionada, ofreciendo a quienes quieran escucharle el más sincero y bello testimonio de su propio recorrido. Así proclama su amor a Dios con versos y razones de dos enamorados, que descubren y recrean el camino de la naturaleza y de la historia, como si en ellos y por ellos viniera a sustentarse (y se sustenta) el universo.

Mirados en una línea abstracta, en perspectiva de naturaleza, los dos amores (divino y humano) podrían separarse, de manera que lo atribuido a uno debería sustraerse al otro, conforme a una ley de oposiciones. Pero, en un plano concreto, de encuentro personal, los dos amores se identifican, de forma que no se puede hablar de dos realidades separadas, sino de un mismo y único despliegue afectivo, de un itinerario de búsqueda, entrega y comunión en Cristo, gran enamorado (Amado y Amante, según las perspectivas), que es el primer protagonista del Cántico.

Por eso, en su raíz, no existen dos amores sino un amor profundo donde se encuentran y vinculan (identifican) Dios y el hombre, sin dejar de ser distintos. 1. Siendo amor en sí, Dios integra y ama a los hombres en su mismo amor divino (paterno), por Jesús, el Cristo, a quien en esa perspectiva se suele llamar Hijo, siendo, al mismo tiempo, Amado. 2. Amando a Dios, su Realidad más honda, los hombres han de amarse unos a otros, de tal forma que compartan así la Realidad divina, en su misma comunicación y acogida personal (en el Espíritu divino). Jesús es “hombre y Dios al mismo tiempo”, una única persona, no por suma de elementos sino por unificación y encuentro enamorado.

Amor y vida humana.

SJC no ha sido un filósofo profesional, sino un testigo del amor humano, que se sitúa y nos sitúa en el comienzo de la modernidad, en el camino que va del Renacimiento a la Ilustración. Por eso podemos concederle un lugar entre los forjadores teóricos de esa modernidad (Descartes y Hegel, Kant y Nietzsche), que ha desembocado en el sistema de teoría y acción que hoy omina sobre el mundo.

SJC estuvo inmerso en una cultura y una época pasada, de la que nos sentimos, en parte, separados, pues vivió y murió antes de la gran revolución intelectual y social, que ha desembocado en nuestro sistema neo-liberal y capitalista. Pero, al mismo tiempo, él es nuestro contemporáneo, uno de esos hombres que han marcado y seguirán marcando nuestra historia por situarse en el cruce de los grandes caminos de la vida, allí donde empezaban a expresarse ya los rasgos de la modernidad racionalista, capaz de conquistar el mundo, pero huérfana de amor y comunión personal. En ese fondo emerge él, como testigo y portador de una experiencia universal, que se expresa en aquellos que, fundándose en Jesús, vinculan la mística de unión con Dios y el ejercicio del amor enamorado. Fue un hombre des-mesurado en el sentido radical de la palabra, tanto en sus negaciones (por su rechazo de una racionalidad discursiva que pretende conocerlo y dominarlo todo) como en sus afirmaciones (por su búsqueda de amor ilimitado). Pero superando las medidas ordinarias, él ha podido revelarnos la más honda medida del amor cristiano, llevándonos más allá de una racionalidad discursiva y dominadora, instrumental y egoísta, que nos acabaría destruyendo, para situarnos ante el Dios de ls Vida que es amor.

Ciertamente, el camino enamorado del Cántico de SJC no es el producto de ningún proceso político o moral, ni siquiera religioso (en el plano institucional), sino una revelación originaria de la Realidad más honda, esto es, del mismo ser divino. En ese sentido decimos que pertenece al Ser originario, que es Salud-salvación, no al nivel de los entes objetivos, que pueden organizarse de un modo instrumental. Desde ese fondo empezaremos hablando de los dos niveles de ese amor salvador, que es intimidad con Dios y es comunión interhumana.

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Ser supremo. Los elementos del amor. No existe primero el ser propio y después la alteridad, porque en el principio de mi ser (del ser de cada uno) se expresa el ser de Dios que es alteridad y presencia radical de amor (que se nos revela a través de los demás). De esa manera, existiendo en Dios, siendo presencia suya, también nosotros somos presencia relacional. Eso significa que no podemos crearnos de un modo individualista, para ser dueños de nuestra vida por aislado, en gesto posesivo, como sujetos absolutos. Existiendo en el amor que es Dos, los hombres no somos ni sujetos ni objetos separados, sino presencia relacional. Eso significa que somos por amor, porque nos han mirado y llamado a la vida. Así puedo decir «soy» porque alguien me ha dicho que sea. En el punto de partida de la vida humana no está el «yo pienso» (Descartes), ni el «yo actúo» (Kant), sino la palabra más honda de aquel que me dice ¡Vive, tú eres mi hijo, eres mi amigo, siento tú mismo! Sólo tengo acceso a mi propia identidad como un ‘yo’ en la medida en que existo (alcanzo mi propia identidad) al interior del Dios enamorado, es decir, al interior de Aquél que me llama y me ama. No existo como sustancia independiente, sino como destinatario de una relación de amor. Soy porque me han llamado.

En ese fondo, San Juan de la Cruz ha elaborado implícitamente una “fenomenología del enamoramiento creador”, destacando el gozo y tarea de la vida compartida, como algo que desborda el nivel de la ley donde nos sitúan los sistemas legales del mundo. Para el sistema no existe un verdadero tú, ni un yo en sentido estricto. Tampoco existimos nosotros en cuanto personas, portadoras de un amor compartido. El sistema sólo conoce estructuras y leyes intercambiables, al servicio de los intereses del conjunto. Por el contrario, la vida humana es siempre encuentro concreto de personas.

Cada ser humano se deja liberar de la nada (nace a la vida humana) por el don del otro, de tal forma que podemos afirmar que el hombre no es ya naturaleza, sino gracia (un ser sobrenatural); tampoco es cultura, simple momento de un sistema económico-social, sino acontecimiento de amor, encuentro personal. Desde ese fondo se puede presentar la gran alternativa: o el hombre vive en diálogo de amor con los demás, en un nivel donde la vida es gracia (regalo) o se destruye a sí misma. Este proceso de liberación o surgimiento hace que la vida humana deba interpretarse como regalo.

Desde las observaciones anteriores se entiende y puede interpretarse el Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz, que ofrece una de las fenomenologías de amor más perfectas de occidente, una obra que habría que comentar estrofa por estrofa, verso a verso. A modo de ejemplo citamos las palabras que dicen: “Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura» (Cántico Espiritual 11). A partir de esa estrofa ha desarrollado san Juan de la Cruz una preciosa reflexión sobre el amor y la salud.

«La causa por que la enfermedad de amor no tiene otra cura, sino la presencia y figura del Amado, como aquí dice, es porque la dolencia de amor, así como es diferente de las demás enfermedades, su medicina es también diferente. Porque en las demás enfermedades – para seguir buena filosofía – cúranse los contrarios con contrarios; mas el amor no se cura sino con cosas conformes al amor. La razón es porque la salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; más cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva, pero está muy debilitada y enferma por el poco amor que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida» (Comentario al Cántico B, 11).

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