“Dichosa por haber creído”

 

 

 

Una mujer sencilla, de pueblo, que se fiaba de Dios. Eso es lo que distinguía a María del resto de los demás. Descubrir y creer que, oculto por lo visible y tangible, Dios actúa, eso es en lo que creía Maria. Y eso es la fuente de su dicha.

 

Un Dios que actúa, que interviene respetando siempre la soberanía del hombre. Un Dios que puede ser rechazado o negado. Un Dios por el que se puede dejar todo. O al que se puede rechazar. Un Dios cuya presencia puede crear adicción o rechazo estomacal.

 

Un Dios que crea problemas o ayuda a solucionarlos. Un Dios que une o divide. Un Dios que atrae o repele. En definitiva: Un Dios origen de vida o que abandona en la muerte.

 

Un Dios difícil. Mucho más aceptable por los sencillos que por los poderosos. Más cercano de los ignorantes que de los sabios.

 

María lo aceptó sin comprender. Y se fio de Él.

 

Esto lo escribo después de asistir a la misa de domingo en la parroquia de los Sacramentinos. Inmenso templo medio vacío. Me ha parecido ver mucha ingenuidad. Mucha ignorancia litúrgica. Gente muy sencilla. Al entrar, un padre joven levantaba en sus brazos a sus dos hijos pequeños, y uno a uno para que besaran los pies de un imponente Cristo crucificado. Yo nunca hice eso, pero me ha vibrado de emoción mi vieja y teológica alma. ¿No será esa la fe sencilla de un pueblo heredero de María la de Nazaret?

 

María no sabía de cristologías antiguas o modernas, no entendería nada de lo mucho que saben nuestros teólogos. Aceptó a Dios. Dejó hacer. Creyó siempre sin comprender.

 

Los conocimientos que podamos acumular, pocos o muchos, no evitarán la necesidad de creer. Al final, siempre nos encontraremos con la fe.

 

¡Dichoso tú si crees! ¡Cuida tu fe! Como la riqueza que, además de traerte paz, te hará ver a los hombres de forma diferente. La vida y la muerte junto a Dios, son, al menos, soportables.

 

 

Luis Alemán Mur