Esta Iglesia se acaba, si no cambia

Como certeramente tú diagnosticaste. Carta al presidente de Extremadura:

“A la Iglesia del ‘Amén’, amigo Guillermo, le quedan pocas témporas”


Guillermo Fernández Vara

Como Dios manda, y con cuantos predicamentos presupone la crónica periodística, Jesús Bastante informó recientemente en RD acerca de la “mesa redonda” con la que terminó el Congreso celebrado en Madrid, con el tema “La Iglesia en la sociedad democrática”. Moderados por el amigo y colega Fernando Ónega, intervinieron en ella el rector de la Universidad de Comillas, el presidente Nacional del PP. y Guillermo Fernández Vara, presidente de la Comunidad Autónoma de Extremadura.

Por aquello de los entrañables vínculos comunes del extremeñismo que a ambos nos distingue y alienta en tan apasionante e inesquivable tarea, te dirijo esta reflexión personal, en la que destaco y comento algunas de las ideas que con generosidad, acierto y audacia le aportaste a tan docto e influyente auditorio:

“Creo en Dios, pero no creo en la patente de las verdades absolutas”; “No puedo imponer mis creencias a los demás”; “La Iglesia no pastorea a los fieles, la Iglesia son los fieles”. Recordando tu reciente participación en el homenaje que mis paisanos segureños tuvieron la amabilidad de dedicarme, en el que también se halló personalmente presente el arzobispo de Mérida-Badajoz, destacaste con énfasis que “la propia Iglesia tiene que cambiar, aunque cambiar no significa renunciar, sino adaptarse”…con explícita e ilustradora alusión a que “cuando vamos a misa no hay casi nadie de menos de cuarenta años…”.

Te felicito, y nos felicitamos los católicos extremeños, por la clara, contundente y evangélica exposición de estas ideas en tal foro, que por supuesto subscribe hasta el agradecimiento el bendito papa Francisco, sin algunos descartar las posibilidades de las que eres acreedor de que Comillas y su Rectorado te fichen para dirigir algún cursillo de pastoral, con aspiraciones, en su día, a que este se conviertan en máster de los de verdad, y no de los que se compran o se regalan, sino previa asistencia personal e hincando los codos, con consultas bibliotecarias y sin intervención de los “negros”, o “escritores fantasmas” como ahora piadosamente pretenden titularse.

Sí, amigo Guillermo, la Iglesia –esta Iglesia- se acaba, si no cambia de verdad de la buena, adaptándose todo lo que pueda, y aún más, a los que reclaman los tiempos nuevos. Aparte de lo esencial del amor a Dios, al igual que al prójimo, en la Iglesia –es decir, en el evangelio-, todo es accidental, liturgia, Derecho Canónico, autoridad, rito, símbolo, dinero, poder y pío y misterioso tinglado, por decirlo de amable y respetuosa manera que comporte el exilio de cuanto pueda relacionarse con lo que se llama negocio, espiritual o del otro…

Sí, esta Iglesia se acaba, si no cambia, como certeramente tú diagnosticaste. La edad media de los curas, en España,- también los de tu Olivenza y los de mi Segura de León- rondan los 68 años. Como bien dices, y por exigencias de catequesis elementalmente eclesiológicas, “la Iglesia no pastorea a los fieles, estos son Iglesia”. Yo completaría tu aserto con la advertencia, también extraída de los santos evangelios, de que tanto o más que los “pastores” –con inclusión de la jerarquía en la pluralidad de sus grados-, son depositarios de la educación-formación religiosa, en proporciones idénticas, los laicos educadores de sus curas y obispos, también “en el nombre de Dios”, prescindiendo de sus palacios y modos de vivir “en el mejor de los mundos”.

A la Iglesia del “Amén”, amigo Guillermo, le quedan pocas témporas, que se han de aprovechar presurosamente para educar en la fe adulta, siguiendo con fidelidad los ejemplos y los testimonios de vida del papa Francisco, con quien, por cierto, hace pocos días tuviste el privilegio de hablar en persona. Bien es verdad que, como señalaste en la citada “mesa redonda”, la civilización occidental es deudora de la labor de la Iglesia y de cuanto le significó y le significa en su desarrollo integral”, aún comprendiendo los graves –gravísimos- episodios vividos, consentidos y aún protagonizados por miembros de la propia jerarquía.

La Iglesia no es Iglesia si en ella los laicos no alcanzaron ya la mayoría de edad y las responsabilidades plenas del pueblo de Dios, en el que la mujer y los procedimientos democráticos no lo definen hasta el presente. La marginación de la mujer en la Iglesia, además de una insensatez y una ofensa para el ex devoto sexo femenino, es anti evangélico. Los enemigos de la Iglesia y del papa Francisco, no son hoy los de fuera de ella misma. Lo son los de dentro y los que se autodefinen como impertérritos “cristianos de toda la vida”.

Como prometí hacerte una entrevista para RD, sobre Extremadura, el sangrante y esperpéntico tema de Guadalupe –”caso único en el mundo” como tú lo calificaste-, lo aplazo para tal ocasión. Gracias por todo, y éxitos nobles para tus hijos –uno, médico y otra, periodista-, sin perder la esperanza de que podamos ya efectuar el próximo viaje a Extremadura en AVE… María Purísima, AMÉN.