Quiero hablar con los que no me ven.

Estoy algo viejo y estoy cansado. Cansado de vivir, y de haber vivido demasiado.

Además, para complicar la cosa, resulta que soy cristiano creyente. Y estudié muchas teologías. Y tengo fe, pero también mi fe está cansada. Esto no me lo vais a comprender: creo tener mucha cantidad de fe, pero de fe cansada.

No es muy cristiano decirlo: me repele lo devoto. A veces pienso que el cansancio de mi fe es signo de veracidad. Y es que me aburren los fervorosos, los fervientes creyentes que llevan colgadas en sus vestiduras sus filacterias. Me producen rechazo los creyentes que nunca se cansan de creer.

Una definición muy vulgar, incluso incompleta e incierta, es que la fe implica aceptar lo que no se ve. Si eso fuera fe –que no es- comprendo mi cansancio.

Pero mi cansancio no va por el ver, sino más bien por el esperar. Una sala de espera cansa. Una cola del paro, cansa. Esperar a alguien, que te ha prometido un puesto de trabajo te rompe, más que el trabajo de despacho o el andamio.

El cansancio viene de esperar. Y yo estuve siempre esperando. Al poco de yo nacer, la historia embarrancó en un pozo. Por aquellos días también nacieron bebés de bizcochos, música y caricias. Mis biscochos y chupetes se acabaron pronto. A penas andaba, descubrí una nación cansada, y en guerra, cárceles, revanchas, muertos, hambre y curas que predicaban. Mi padre muerto. Mi madre con el pelo blanco y mirada cargada de tristeza y desesperanza. Todo a mi alrededor estaba cansado. Quedaba una fe oscura, diría que negra. Por lo pasado. Y comenzó la espera.

Recuerdo que con doce años, lloraba a solas, sin saber por qué. Mi madre, viuda por estar hecha mierda y por creyente, inmensamente triste, esperaba. Era joven convertida en vieja y cansada. La vi llorar, pero no desesperar.

La fe que me dejaron, y viví, me acostumbró a esperar. Por eso estoy cansado. Cansado, no de creer, sino de tanto esperar.

Esta mañana pienso que otros muchos, aunque sin fe, también tienen que esperar, cansados como yo.

El paisaje de la prensa, el paisaje del pueblo, el paisaje parroquial, el paisaje del INEM por las mañanas. Los políticos, los obispos han de saber que hoy el pueblo, los creyentes y los agnósticos están cansados. La mitad de España está cansada. No hay viento. No hay viento. Hace calor. No hay cartas de navegación. Se rompió la brújula y no hay timón.

Los que tenemos fe seguimos a la espera.

Los que no tienen fe ¿Esperan? O ¿Qué esperan?

Luis Alemán Mur