La Iglesia, en muchos aspectos, no es creíble

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Pedro Gómez (Cádiz, 1951) fue ordenado sacerdote el 25 de diciembre de 1975 y, tras un breve periodo de formación, se le encomendó la parroquia del Espíritu Santo, en el corazón del barrio de La Piñera. Este fue su primer destino y, posiblemente, será también el último, aunque a lo largo de estos 45 años sus superiores le han ofrecido misiones más cómodas. Para la entrevista elige jugar en terreno propio, en la parroquia.

Esta iglesia es enorme.

-Fue construida a modo una nave industrial. Este era un barrio obrero. Si se fija, en su fachada, la cruz está colocada sobre lo que se asemeja a la chimenea de una fábrica. La iglesia solo se llena en ocasiones especiales, en las primeras comuniones, en las bodas… aunque cada vez hay menos.

¿Por qué?

-Bueno, las estadísticas a nivel nacional dicen que, de cada diez bodas, solo dos son por la Iglesia. Y aquí han bajado porque la población marroquí va aumentando. En La Piñera yo creo que llega al 40%. En los colegios hice un recuento de los alumnos que dan clase de religión islámica y quiénes dan de religión católica: el curso pasado en el colegio Andalucía, que es donde la diferencia está más acentuada, había 180 alumnos de religión islámica y 87 de la católica.

“SE CONVIVE, PERO CON DIFICULTAD, ES OTRA CULTURA. HAY BLOQUES DE LA PIÑERA DONDE LA MAYORÍA DE LOS VECINOS SON MARROQUÍES”

¿Hay integración, convivencia de las dos comunidades o una simple cohabitación?

-Bueno, vamos a ver. Los niños no tienen ningún problema, con la mayor naturalidad se relacionan entre sí. La gente mayor ya es otra cosa. La expresión moro o mora ya indica no aceptación. Se convive, pero con dificultad, es otra cultura. Hay bloques de La Piñera donde la mayoría de los vecinos son marroquíes y prácticamente todos los pisos que se venden por personas que se van a otros barrios son comprados por marroquíes.

¿Tiene usted algún tipo de relación con los imanes de las mezquitas del barrio?

-No, no tengo. Les conozco, nos saludamos, pero no hay una relación. La escuela de música de la parroquia está abierta a todos y hay niños y niñas marroquíes. Sus padres participan en las reuniones y asisten a los conciertos que hacemos a final de curso en la iglesia… Aunque alguno hay que ha prohibido a sus hijos venir a las clases cuando se ha enterado de que las impartimos en la parroquia.

¡Qué pena!

-La verdad es que sí, porque dejan a sus hijos sin esa formación. También hay muchos marroquíes que recurren a Cáritas en busca de alimentos, porque son familias que lo están pasando mal. Eso es algo que muchos de los nuestros no aceptan. “¡Na más que se les da a los moros!…”, dicen. Y no, no es así. Hay una lista para controlar las entregas. Hay seis o siete familias musulmanas, pero de las otras hay veinte. También nos acordamos de los musulmanes cuando Reyes: ellos no celebran esa fiesta, pero no vamos a dejar a esos niños sin regalos cuando los otros sí los tienen.

¿Qué barrio se encontró cuando llegó a Algeciras?

-En la época en la que yo salí de cura, la del post concilio Vaticano II, nuestra ilusión era ir a barrios obreros.

“LO BONITO ES QUE LOS PRIMEROS VECINOS HICIERON BARRIO, EN EL SENTIDO DE QUE CUIDABAN SUS CASAS Y CONVIVÍAN, HACÍAN VECINDAD. ERAN GENTE HUMILDE, SENCILLA Y TRABAJADORA”

Porque usted era lo que se dice un cura rojo.

-(Risas) Nuestra ilusión era ir a barrios obreros y, particularmente, al Campo de Gibraltar. Era una Iglesia muy viva y había unos compañeros muy buenos. Yo tenía el deseo de venir por esta zona, el obispo lo sabía y me mandó aquí. Me encontré a gente que hacía pocos años que habían estrenado sus viviendas. Muchos de ellos lo hacían en lo que se llamaban patios, otros en barracas… Cuando la antigua obra sindical les dio estas viviendas, venían encantados. Algunos no habían tenido un cuarto de baño propio en su vida.

Era clase obrera.

-Exacto. Lo bonito es que esas personas hicieron barrio, en el sentido de que cuidaban sus casas y convivían, hacían vecindad. Eran gente humilde, sencilla y trabajadora. Muy buena, muy noble. Muchos se sacrificaron para dar carreras a sus hijos, cuidando mucho su educación y su formación en valores. Aquí, cuando tuvimos el movimiento Scout, los padres colaboraban bastante y venían a todas las salidas que hacíamos.

“VALORO MUCHO EL ESFUERZO QUE MUCHAS FAMILIAS DE LA PIÑERA HICIERON PARA QUE SUS HIJOS TUVIERAN FORMACIÓN. LAS QUE TUVIERON CHAVALES QUE CAYERON EN LA DROGA LO PASARON MUY MAL”

Eran personas implicadas y participativas.

-Sí, mucho. Ya le digo, eran trabajadores de la mar, la construcción, de las fábricas… Gran parte de estas familias, cuando en la década de los 80 empezó a dar muy fuerte el tema de la droga, la heroína, fundamentalmente, empezaron a buscar viviendas fuera del barrio por sus hijos. No querían que viviesen en ese ambiente. Se fueron muchas, muchas familias. Valoro mucho el esfuerzo que hicieron muchas de ellas para que sus hijos tuvieran formación. Las familias de los chavales que cayeron en la droga lo pasaron muy mal. Me da una gran satisfacción ahora cuando me viene gente de 50 años y me dice que, gracias a la parroquia y a los scouts, no cayeron en la droga. En el pabellón polideportivo se hacía también mucho deporte y eso libró a muchos chavales de caer en ese mundo.

La Iglesia les ofrecía alternativas.

-Sí. En ese momento no existían Márgenes y Vínculos, Barrio Vivo…

¿Y el barrio ahora?

-Lamentablemente, las drogas no han desaparecido.

Pero no son tan visibles, los adictos no se mueren en plena calle, como antes.

-Son invisibles, pero están ahí. En aquellos años, en la etapa fuerte, el sida tampoco estaba tan controlado como ahora. Cayeron muchísimos. Ahora no se ve a los chavales tirados en las esquinas como antes, pero sigue. Me preocupa mucho también la adicción al juego. En el barrio hay dos casas de apuestas, más un bingo enorme, justo enfrente de dos institutos. En una misma acera, a poca distancia. Yo, que paso una y otra vez, veo movimiento: de los nuestros, para entendernos, y de los marroquíes.

No son casualidad esos emplazamientos.

-Para nada. Una de esas casas de apuestas está donde antes había un banco. En esta barriada había cuatro sucursales: hace cuatro o cinco años que nos quedamos sin ninguna, lo que obliga a las personas mayores a desplazarse cada vez más lejos para hacer cualquier gestión. Tampoco hay bares dentro del barrio.

Pero sí hay una asociación de vecinos.

-Sí, pero no tiene un bar, un punto de encuentro donde tomar un café o una cerveza. La asociación la lleva gente mayor, muy constante, trabajadora y reivindicativa, pero no hay nuevas incorporaciones. La Piñera, de barriada obrera ha pasado a ser en algunas zonas, no en todas, una barriada marginada. Y creo que es responsabilidad de la Administración.