1. La característica más notable de la moral farisaica es el legalismo. En cambio, la moral que propone Jesús es una «moral de actitudes». Para transmitirla a sus discípulos, el evangelio narra dos episodios. El primero es una controversia con los fariseos sobre el divorcio, que favorecía entonces al varón y discriminaba a la mujer, considerada inferior y propiedad del marido. Jesús se sitúa en la perspectiva de Dios y recuerda el designio amoroso divino en el logro de una plenitud humana. El varón y la mujer son personas iguales; se unen en matrimonio por amor, no por otros intereses. Al nivel de proyecto, el matrimonio es indisoluble; en la realidad práctica, debe regularse de algún modo el posible fracaso matrimonial. Lo que debe ser, a veces no puede ser, a causa de la «dureza de corazón».

2. El segundo episodio es un altercado en relación a unos niños llevados a Jesús para que sean bendecidos. En el fondo, los discípulos piensan que los niños, los «menores», no significan nada; el reino de Dios es para adultos, para personas «fuertes», es decir, para los que hacen méritos, realizan obras y piensan ortodoxamente. Jesús, por el contrario, cree que el reino -por ser de los «pequeños», sin pretensiones de dominio- es sencillamente recibido, al ser iniciativa divina. Con la actitud de un niño se recibe el reino después de haber entrado en él. El niño es modelo de los destinatarios del reino, por ser indefenso y débil, sin privilegios y sin méritos.

3. Lo que confiere unidad a los dos pasajes, en el orden de la fe, es la vida cristiana según las exigencias del reino, es decir: confianza, disponibilidad y abandono. Dicho de otro modo, es el seguimiento de Jesús desde el compromiso y la inocencia. El reino se acoge como don gratuito, en actitud de entrega amorosa.

REFLEXIÓN CRISTIANA: 
¿Somos capaces de mantenernos en la vida con firmeza? 
¿Con qué actitudes recibimos el reino de Dios?