En menudo lío me he metido. Así con toda la cara. Empiezo afirmando que yo, un infeliz teólogo revoltoso, escritor creyente y humilde (¿?), de liturgia cristiana, se más que el sabio Ivorra doctor (¿) por la facultad de S. Dámaso, esa facultad propiedad de Rouco. Ítem más, afirmo con igual humildad que de liturgia cristiana, se más que el papa Francisco. Lo digo y me quedo tan tranquilo. Y si no estuviera tan viejo, los retaría a los dos en debate sobre el tema ante doce cristianos de la calle.

Doctor Ivorra. En principio acepto la validez de sus credenciales. Yo aportaría títulos en filosofía y en teología por facultades de abolengo y documentos fehacientes de haber cursado estudios sobre liturgia en el preciso curso 1963-4. Año hirviente, cuando el concilio Vaticano II clamaba por una liturgia nueva. El doctor Ivorra cree en el rito, en el ritual. Es decir cree que realizar un rito cumpliendo un determinado ceremonial es imprescindible para que la gracia de Dios se derrame sobre los fieles. Si eliminas el rito o modificas el ceremonial desaparece Dios. El sr. Ivorra no lo dice, o quizá no lo reconozca, pero pertenece a la escuela judía del Templo de Jerusalén. No fundamenta su liturgia en la Torá, pero sí en el Derecho canónico. (El derecho canónico es para los ritualistas el 5º evangelio) Partiendo de esa base, Ivorra se rasga sus vestiduras de S. Dámaso y se lanza escandalizado contra los gestos del Papa Francisco.

Papa Francisco. Mucho me temo que al jesuita papa Francisco, y a la mayoría de su generación nadie le acomodó su espiritualidad ignaciana al nuevo sentido de la liturgia cristiana. Asumió el modo tradicional de hacer de la mayoría de los jesuitas: con devoción, con limpieza y mucha intimidad. Cursó estudios de teología entre 1967 y 1970. Fue ordenado sacerdote en 1969.

El nuevo sentido de la liturgia cristiana” es un cambio muy profundo que fraguó en el Concilio Vaticano II. Cambio orientado a transformar el concepto, la realidad y el realizarse de la Iglesia. Un cambio de dimensiones tales que provocó el rechazo de la Curia del Vaticano y la rebeldía herética de una parte del episcopado. Un movimiento convertido en nuevo folklor religioso. Y todo, porque detrás de la nueva liturgia no sólo había un nuevo enfoque de la Iglesia sino una renovación de toda la teología. ¿Nos reunimos para solicitar clemencia o para perdonarnos? ¿Una mesa o un altar? ¿Miramos al Altísimo o al que está junto a nosotros? Ante quién se inclina el sacerdote ¿ante el sagrario, ante la cruz o ante la comunidad de hermanos? ¿Hay eucaristía si no hay comunidad? Etc. Etc.

Cuando el papa Francisco comenzó a decir misa, en algunas capillas de jesuitas había multitud de altares para poder “decir” 20 misas a la vez. Cada sacerdote en un altar distinto ofreciendo una “victima sagrada al Altísimo”. Una monstruosidad no solo litúrgica, sino una deformación de la Iglesia. ¡Ojalá haya aprendido! No habrá renovación de la Iglesia sin renovación litúrgica.

En la eucaristía aprendemos a ser hermanos.

Luis Alemán Mur