…y menos para las episcopales

“Las motivaciones religiosas de estas fiestas han de someterse a revisión”


Los términos académicos de “fiesta, festejos, festeros, festivales, fiestones, celebraciones de acontecimientos, conjunto de actos organizados para la diversión del público, con cercanas resonancias a “fausto” –”feliz o afortunado”- , son otros tantos centinelas atentos y vigilantes de que la convivencia entre los seres humanos resulta ser lo más reconfortante y llevadera posible. Las fiestas son la sal -pervivencia- de la vida. Ellas entintan de felicidad los calendarios de los pueblos e instituciones. “Ir”, “estar” o contribuir a que de tales calendarios no se tachen los días de fiestas, es tarea laboral, profesional y cívica, intangible.

También, y de modo eminente, las fiestas poseen pleno sentido en el contexto religiosoLa fiesta es religión. Y lo es no solo en ámbitos, con formas y fórmulas litúrgicas, pastorales y teológicas., sino también familiares, sociales, cívicas, convivenciales y, en resumen, culturales.

Como las motivaciones religiosas prevalecen y definen la mayoría de las fiestas, hasta proporcionarles nombres y contenidos, estas -las fiestas- han de someterse a revisión, con la frecuencia que las circunstancias de lugar y de tiempo así lo demanden, tomándoles el pulso sobre todo a los jóvenes, que son y serán sus protagonistas y continuadores.

Una reforma tan elemental y profunda como la que precisa actualmente la Iglesia y en la que está comprometido el papa Francisco, que no comenzara y llevara a feliz término hasta sus penúltimas consecuencias evangélicas y evangelizadoras, sin cabida primordial para su reforma, sería abstracta, inútil y hasta contraproducente, por mucho y muy bien que siguieran repiqueteando las campanas para su convocación.

En esta ocasión pongo el acento en un cúmulo festivo, la mayoría de ellos privilegiados con la retrasmisión por las respectivas cadenas de televisión, normalmente capitaneadas por LA TRECE, relacionados con las “tomas de posesión” o “entronizaciones ” (¿?) de unos obispos que suplen a otros, a consecuencia de sus dimisiones o ascensos, por establecerlo así el Código de Derecho Canónico. Las fiestas no solo religiosas, sino cívicas sociales y hasta políticas, definen, inspiran y hasta justifican gastos, gestos, gustos y tiempo dedicados a la organización y realización de las mismas.

Tales hechos, con categoría de acontecimientos litúrgicos, “predicadores” de la verdad contenida en los Evangelios, superan con creces la parafernalia de actos similares civiles, cívicos o sociales al uso, en el marco de la común convivencia entre los humanos.

En reciente celebración litúrgica de signo arzobispal y metropolitano, se contabilizaron 48 señores mitrados “acoliteando” y sirviéndole de retablo al “entronizado”, con lo que, de religión y liturgia, nada de nada, aunque mucho -todo- de función y acontecimiento.

Realmente la Iglesia no está hoy para fiestas. Y menos para tales festejos, en los que exhiben colores y colorines, ornamentos sagrados, símbolos plagados de joyas y paganerías, homilías rituales sin sentido, y aureoladas la mayoría de ellas de lugares comunes, de agradecimientos inocuos y de actos de humildad personal hueros y soberbiosos. Tales festejos litúrgicos o para- litúrgicos reclaman otro tratamiento, en el que se jubilen a perpetuidad los colores brillantes purpúreos y las nubes “personales” de incienso para celebrantes y con-celebrantes…

¿Exageración alguna en el diagnóstico cívico- eligioso aquí y ahora así formulado?