La “misa dominical” se ha convertido en el problema más serio de la acción misionera de la Iglesia católica. La Iglesia católica sabe organizar grandes eventos: viajes del papa de turno, concentraciones de masas, congresos eucarísticos, concilios, cónclaves, funerales de Estado etc. Pero olvidó celebrar la eucaristía, al menos la eucaristía al estilo de Jesús. Él preparó bien aquella cena (Mt 26, 17-19. Mc 14, 12-16. Lc 22, 7-13):

como una convivencia con sus discípulos, ·

como una invitación a “comulgar con la vida” que él había vivido, y que iba a entregar.

Por eso todo comenzó en un comedor y no en el templo. Desde aquella cena, el culto a Dios sería vivir al modo de Jesús Después, al convertir lo cristiano en una religión con su santo sacrificio, su clero, y sus reglas desapareció el comedor; la mesa se transformó en altar; y hasta el pan pasó a ser sustancia y accidente. La teología griega se encargó de conceptualizar y pasteurizar para poder vender la nueva gran religión: el cristianismo.

Será todo muy comprensible, pero de hecho al desaparecer la convivencia de comedor y aparecer el culto, la comunidad de los hermanos se pasteurizó también.

No me gustan las misas. Me duele, pero comprendo el absentismo de los creyentes. Conozco parejas que al casarse o tener hijos deciden incorporarse, de nuevo, a su misa abandonada. Pero después de sus buenos propósitos y esfuerzo, abandonan nuevamente porque aquello no les ayuda nada. De la degeneración de la eucaristía tendrá su culpa la historia. Pero del hoy, es responsable la casta sacerdotal de hoy: la alta y la baja. Una culpabilidad producto de su ignorancia, su pereza, su falta de fe, o su terquedad.

Al clero habría que pedirles una preparación académica más profesional. Lo que afirmo suena mal y pedante, pero es la tristísima realidad: Una gran cantidad de obispos y sacerdotes rasos, no conocen lo que es la misa. Siguen confundiendo eucaristía con sacrificio. El culto de hoy, es mezcla de Pentateuco y Evangelio. Y la eucaristía de hoy está dominada más por el Antiguo Testamento que por los Evangelios. El clero padece una sobredosis de Dogmática y un déficit de Nuevo Testamento y de la Historia.

Conocen las escrituras vía devoción, pero no vía estudio. En sus carreras, las Escrituras fue una asignatura pietista y secundaria. Han sobrevalorado su papel en la comunidad de fe.

En consecuencia, la mayoría de las misas son una chapuza. Hay que tener mucha fe o muy poca, para seguir yendo.

Si pienso así, ¿por qué voy?

Voy por estas razones fundamentales:

1.-Allí está el pueblo creyente. El real, el que hay. No la Jerusalén celestial, no el “Cuerpo Místico”. El pueblo al que no enseñaron y no entiende la mitad de lo que se dice o se hace. Pero busca a Jesús como aquellos paralíticos, como aquella hemorroisa, como aquellos cojos, como aquellos galileos, como yo. Me aburren las élites de Jerusalén. Prefiero al pueblo supuestamente ignorante que sufre de inmensa soledad, hambre y aburrimiento. Ese pueblo que, como yo, sigue siendo mitad pagano mitad cristiano. Pero que no pierde la esperanza. Siento más mi pobreza sentado en sus bancos. A veces pienso que todos son mejores que yo. Ruego con ellos y por ellos, por los míos y por los de ellos.

2.-Puedo rezar el Padre Nuestro. Es el mejor sitio en el que cobra sentido la oración que nos enseñó Jesús. Aunque fuese solo por rezar con todos el Padre Nuestro me merecería la pena ir a esa celebración. No conozco a nadie de los que hay allí. Casi mejor. Desde mi anonimato me uno a cuantos rezan lo mismo en cualquier geografía, selvas, hospitales, ricos, pobres, negros, amarillos…Imagino que ese rezo nuestro es como un rumor que se levanta desde la tierra toda y llega al Padre.

3.-Doy la paz y me dan la paz. Porque yo necesito que me den la paz y dar la paz. Quisiera que estuviesen allí todos los que he conocido en mi vida para poder dar y recibir la paz de cuantos se han cruzado conmigo. Sueño con que esa paz que recibo y doy, se contagie poco a poco, a los hombres como si fuera una epidemia.

4.-Allí recibo ese sucedáneo de pan, el que todos comen. Me sienta bien porque es lo que comen todos. No me reconcentro en mi interior. Me gusta mirar los rostros de los que vuelven de comulgar. Me siento unido a sus dolores, alegrías, miedos y esperanzas. “No nos abandones, Padre. Danos el pan de cada día”.

Por eso voy a misa. Los domingos que es cuando va más gente. Me apena que vaya alguien por precepto. Me alegra comprobar que, poco a poco, desaparece la funesta costumbre de pasar por el fielato de los confesionarios.

Ite, misa est. Ahora empieza nuestra misa.

Luis Alemán Mur