Hoy hablamos de la Institución eclesial y su centro neurálgico, Roma.

Como cuestión previa, no conviene nunca olvidar que las grandes palabras como “Dios, Iglesia, Biblia, Revelación, Salvación,” y muchas otras pueden encerrar diversos significados. A veces, según quien las utilice, con sentidos muy distantes. Es decir cuanto más grandes los conceptos y las palabras, más equívocas.

A lo largo del Vaticano II quedó evidenciada la realidad sobre un tópico teológico vacío. Tópico bonito y feo, verdadero y falso, atractivo y repelente, falaz y seudo-apologético, maligno y tranquilizante, empobrecedor y enriquecedor: el topicazo simplón y pietista de que la Iglesia es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Cinco palabras. Cinco vaguedades. Cinco medio verdades y medio mentiras (Por ejemplo, al decir iglesia ¿de qué hablamos?)

¡Cuánto daño nos ha hecho a los católicos la soberbia de ser miembros de esa Iglesia una, santa, católica, apostólica y romana!

Voy a poner un símil: De niño viví y sufrí, como pocos y como muchos, la guerra civil española. Tras la victoria del católico dictador militar vino aquello de España Una, Grande y Libre. Después, a mí -víctima y huérfano de la guerra – me hicieron el lavado de cerebro de ser ciudadano de esa España, Una, Grande, y Libre. Hasta que un día, ya tarde, reventó la náusea por los oídos, ojos y narices. A partir de ahí, empecé a ser mayor. Y hago lo posible para que no me engañen más, ni los unos ni los otros, ni yo a mí mismo.

Crecí con la necesidad y la obligación de ser adulto. Sueño con conseguirlo, aunque sea en los últimos días de mi vida. No quiero morir como un niño. Y mi trabajo me está costando. No acepto más dueños, ni más reyes, ni de oriente ni de occidente. Quiero correr el riesgo de ser yo. Al menos, necesito el vértigo de intentarlo. Ya que entonces, no me dejaron ser niño, porque crecí a las puertas de un penal de Franco, tras cuyas tapias destrozaban a mi padre, ahora quiero ser un viejo adulto, lo más libre y lo más creyente posible.

Perdonen el recuerdo vital. Es como una parábola sobre la Iglesia Católica, Santa, Una, Apostólica y Romana. Hay similitud sicológica: Patria e Iglesia Romana son dos superestructuras, como dos superyós rígidos que intentan esclavizar nuestra psique.

La Institución eclesiástica (lo que algunos llaman Iglesia) cuenta con un funcionariado al que se le amaestró bajo un superyo eclesial, hasta conseguir una especie de raza humana jibarizada.

En la actualidad, uno de los problemas de la Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana es que ese clero comenzó a quitarse la sotana. (La sotana es un símbolo, además de unos grilletes) Y ya, sin el uniforme talar, poco a poco, muy poco a poco, comienza a salir de Egipto. Y no se sabe qué ocurrirá con una Roma sin sotana.

Dejemos los sermones vacíos.

Aceptemos la realidad. Y la realidad es múltiple. (¿No estudió Vd. El problema filosófico de lo uno y múltiple a la vez?) Unidad en la fe. Sí, pero no puede ser excusa para defender un sistema de gobierno que corrompe la belleza y vigor del evangelio. La unidad no es arma para perseguir profetas y arrancar de raíz lo carismático. La unidad, hoy, excomulga al Espíritu Santo.

Es evidente que dentro de la supuesta unidad eclesial, subsisten dos corrientes muy diferenciadas e identificables. ¿O es lo mismo Ratzinger que Montini; el Opus que Jon Sobrino, Oscar Romero que Cañizares, las comunidades de base que los Kikos, la Catedral de la Almudena que la ex Parroquia de S. Carlos Borroneo, etc.? Ponga los ejemplos que quiera.

Santidad por la presencia del Espíritu de Jesús. Sí, pero no puede ser una tapadera para ocultar tanta desfachatez, tanta soberbia, tanta mentira y tanta doblez apostólica, diplomática y moral vinculada al sistema de gobierno eclesial romano.

Apostolicidad de la Iglesia. Sí, pero no compatible con, ni fundamento para la exclusividad y acaparamiento del poder.

Romanicidad de la Iglesia. No. Viene de Constantino, no de Jesús ni de Pedro. Roma es simplemente un icono turístico, ausente de valor evangélico. Una estrategia de poder. Nuestro hermano mayor, nuestra sede de referencia (que sí es muy conveniente que exista, dada la dimensión comunitaria-social de nuestra fe. No por imperativo divino) pudo estar en Damasco, en Constantinopla, en Jerusalén, en Burundi o en Cuba.

Roma para los católicos, es igual que fue Jerusalén para los Israelitas: una estratagema de David o Constantino.

No es el Papa lo que se cuestiona, sino el sistema que lo tiene cautivo. Un papa sustituye a otro, pero la Curia permanece (Cardenal Joseph Suenens)

El sistema es la Curia. Siempre tendremos todos que reformarnos y crecer en la fe, en el amor y en la esperanza. Pero es la Curia la que huele peor a corrompido. Es la Curia donde está el nido de zancadillas al Cristo de nuestra fe, como el patio de aquel templo lleno de vendedores y cueva de ladrones.

Decía yo en un artículo que:

“La soberbia de Roma nunca tuvo descanso ni límites. Roma, ayer y hoy, fue y sigue siendo una trituradora de hombres buenos y profetas.

Roma dedicó siempre mucho más tiempo a condenar que a oír, orar y dialogar. Desde Roma no se pastorea, se degüella. Así fue siempre Roma. Pero es nuestra Roma. Y en aquella ocasión, fue Roma la que sembró el desconcierto eucarístico que se traduce en la desbandada, apatía e ignorancia de hoy.”

Tenemos la urgente necesidad de que se nos caiga la piedad infantil. Y desde una madurez humilde aceptar como cruz impuesta por los poderes fácticos, esa Una, Santa, Apostólica y Romana Iglesia, más parecida al Sanedrín que se cargó a Jesús, que a Jesús.

Al Concilio fueron dos corrientes muy diferenciadas de iglesia católica. En el Concilio, el papa Juan dejó hablar a las dos. Muerto Juan, Pablo VI recogió velas y permitió que la curia volviera a imponer sus criterios. Mataron a Juan Pablo I. Llegó Wojtyla y aplastó a una de las dos corrientes. Ratzinger fue creatura producida por el sistema, al servicio del sistema. Ahora Francisco viene de otro continente.

¿La palabra Iglesia es palabra unívoca?

Luis Alemán Mur