HA FALLECIDO EL ARZOBISPO CASTRENSE JUAN DEL RÍO

Obispo, periodista, amigo y buena persona

“Afable, cercano, dialogante y, como buen andaluz, con un excelente sentido del humor”


Desde el momento en el que, desde el arzobispado castrense, dijeron que Juan del Rio, ingresado por la Covid en el Hospital Gómez Ulla de Madrid, estaba “en manos de Dios”, nos temíamos lo peor. Y ha llegado lo peor transformado en lo mejor: Don Juan descansa en paz, junto a su Dios y Señor, al que tanto quiso y al que entregó su vida entera.

A lo largo de su vida pastoral, Juan Del Rio pasó por todos los cargos, estuvo en todos los puestos y, en todos, fulgió como una persona afable, cercana, dialogante y, como buen andaluz, con un excelente sentido del humor. Con su media sonrisa siempre dibujada en su cara.

Nacido en Ayamonte (Huelva) el 14 de octubre de 1947, fue de los pocos obispos periodistas. Se doctoró en la Gregoriana en 1984 y, durante años, dirigió la oficina de prensa de los obispos del sur de España, donde aprendió las artes informativas y, lo que es más importante, experimentó en carne propia que había que cuidar a los informadores. Y, de hecho, a pesar de sus numerosas responsabilidades episcopales, siempre los consideró y trató como amigos, al contrario de algunos de sus pares, que nos miraban (y miran) como enemigos.

A Don Juan nunca le gustaron las estridencias y siempre se alineó con el sector moderado del episcopado, incluso en la época dura de la involución eclesiástica, cuando en la España religiosa pintaban bastos para muchos de sus amigos teólogos y la Conferencia episcopal se movía exclusivamente al mando del entonces ‘vicepapa’ español, cardenal Rouco Varela.

Quizás por sus grandes cualidades humanas y sacerdotales (y sin rendir pleitesía a Rouco), pasó de la diócesis ‘mediana’ de Jerez de la Frontera, a arzobispo castrense, uno de los puestos más delicados de la jerarquía española. Por varias razones. Primera, porque es el único obispo cuyo nombramiento papal es consultado previamente a la Casa Real. Segundo, porque pastorea nada menos que al sector castrense español, una presencia cuyo carácter evangélico algunos ponen en duda. Y tercero, porque por su mismo nombramiento alcanza el grado de general (y el sueldo correspondiente).

Nunca presumió de galones. Más aún, me consta que gran parte de su ‘sueldo’ lo dedicaba a gente necesitada, sin que nadie se enterase, porque, eso sí, siempre tuvo un corazón generoso. Pero siempre defendió a capa y espada la necesidad de la presencia religiosa en las Fuerzas Armadas.

Porque “bendecir las armas no significa legitimar la carrera armamentística”, decía. En nombre de la religiosidad castrense, el prelado defendía con vigor la “atención espiritual al Ejército que se lleva haciendo en España de forma estable y organizada desde 1532”, aseguraba que el “Estado debe reconocerla y no obstaculizarla” y ensalzaba la figura del capellán, de sus queridos curas castrenses.


“El ‘pater‘ ha de tener alma de apóstol y corazón samaritano”, para “hacer presente el Amor entre las armas”, solía decir, mientras esperaba que desapareciesen los prejuicios antimilitares y proclamaba que “debemos sentirnos orgullos de nuestros soldados, auténticos ‘guardianes de la paz'”.

Atento y servicial, Don Juan estaba en todo. Hace sólo unos pocos días, le llamé para pedirle el contacto del capellán que se encuentra con el contingente del Ejército español en Irak, con motivo de la eventual visita del Papa. Y, al instante, me puso en contacto con el pater, José Ramón Rapallo.

Últimamente, como todos, estaba muy preocupado por la pandemia, “un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto”. Por eso, siempre quiso ser muy realista y, hace unos días, escribía al respecto:

Ahora, en esta nueva etapa de la pandemia debe evitarse la mentalidad facilona de que esto del virus con la llegada del verano tiene su fin. No es verdad, porque la enfermedad no está controlada, ni conocemos con certeza todos los elementos de su propagación. Esto requiere: potenciar la responsabilidad personal, utilizar el sentido común en las actuaciones propias y colectivas, informar verazmente a la ciudadanía, evitar la instrumentalización política que algunas veces se ve muy palpable, huir tanto de los extremismos catastrofistas como del buenismo voluntarista que convierte los deseos en realidad. En fin, conseguir el máximo consenso entre gobierno y fuerzas sociales. Nadie por sí solo tiene una fórmula mágica para acabar con este mal. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, donde la ética ha brillado por su ausencia y la burla de la fe y la honestidad han sido una constante”.

Pero, siempre sabía buscar el lado bueno y optimista. “Nos hemos visto obligados ha convertir paradójicamente el estado de confinamiento en un gran diálogo a distancia. La falta de las relaciones interpersonales, la ausencia de los seres queridos, los miedos sobre la salud, la amenaza real de la pérdida del trabajo y la consecuente crisis económica; han abierto de golpe un deseo de hablar, comunicar, dialogar, escuchar y hasta disfrutar del idioma del silencio ambiental”.

La Iglesia española ha perdido a una buena persona y a un excelente obispo, pero cuenta con un ángel en el cielo, que cuidará especialmente de los soldados, de los curas y de los periodistas. Descanse en paz, Don Juan del Rio.


José Bono, sobre Juan del Río:

“El castrense denota una profundidad intelectual salteada de evidente sentido del humor”

El ex ministro de Defensa recuerda, en sus memorias, al prelado fallecido

José Bono, ex ministro de Defensa 29.01.2021

Almuerzo con Andrés Carrascosa, nuncio del Papa en el Congo, y con Juan del Río, el arzobispo castrense. Me resulta de enorme interés por las insinuaciones cargadas de conocimiento eclesial privilegiado de los dos clérigos. […]

Nos aproximamos a la relación ordinaria entre el mundo y el cielo. Juan del Río se confiesa seguidor de un Dios «humanizado». Es listo y conoce los caminos y atajos que llevan a Roma.

Sevillanía y sentido común a raudales. El castrense denota una profundidad intelectual salteada de evidente sentido del humor.

Reconoce que su nombramiento es un síntoma —si se quiere, tímido, pero claro— de que en el futuro van a cambiar las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno de España. Llega «un nuevo aire». Hablamos del cardenal Bueno Monreal, del cual fue secretario el castrense: «Era claramente seguidor de Juan Pablo I y receloso del polaco. Un día me dijo que Juan Pablo I se sentaba al filo del sillón papal y su sucesor lo ocupaba plácidamente de lleno, como si fuera suyo de toda la vida».

Chunda y yo salimos muy satisfechos del almuerzo.