Cristianismo es una Fe, y Roma, la jerarquía, es un poder. El carisma favoreció la riqueza de la diversidad y la libertad, pero puso en peligro la unidad.

Desde el evangelio no se puede estar de acuerdo ni con lo de poder ni con lo de sagrado. Ataca en la línea de flotación al evangelio. Jesús no enseñó a mandar sino a servir.

Jesús no fue de la casta sacerdotal. Sus seguidores no fueron los sacerdotes. El clero fue su principal enemigo. No fue el pueblo judío quien lo llevó a la cruz, sino el clero.

La primera desgracia es la identificación social de iglesia y clero. Así a simple vista, la Iglesia Católica se identifica, popularmente, con la siguiente imagen: una religión que profesa un Credo, que tiene un Jefe absoluto llamado Papa y una red de funcionarios sagrados con poderes divinos, organizados según un escalafón.

Le costará mucho separar las palabras iglesia y clero. Pero su fe en Jesús dependerá mucho de esa separación. Roma, papas y clero no es lo mismo que cristianismo. Cristianismo es una Fe, y Roma, papas, clero: la jerarquía es un poder.

A este tipo de afirmaciones le llaman anticlericalismo. En esto me defino con absoluta contundencia: la jerarquía eclesiástica como institución sacralizada, intermediaria entre Dios y los hombres, hoy no tiene sentido.

El anticlericalismo es consecuencia del catolicismo clerical en el que nacimos, crecimos y nos movemos. El clero, no sólo en España, pero sobre todo en España, ha decidido leyes, ha bautizado guerras, ha urdido regímenes.

El clero no ha sido levadura oculta, sino el arroz en la paella y la patata en la tortilla. Habrá servido al pueblo, pero también lo ha dominado. Y el pueblo – incluso el cristiano – ya es mayor de edad.

Esta posición anti-eclesial no sólo se da entre sectores más o menos ateos, sino incluso en ambientes cristianos. Hoy es signo de identidad de muchas comunidades cristianas de base e incluso de una notable parte del mismo clero.

No existe ningún dato histórico, ni bíblico, en los que enganchar el actual andamiaje clerical. Ni el poder monárquico, absolutista, de un Sumo Pontífice, ni ese inmenso despliegue de obispos, sacerdotes y funcionarios clericales, entrelazados en un organigrama jerárquico, tienen cabida en el evangelio y en la teología cristiana del evangelio.

Esa organización clerical no es la aplicación del mensaje de Jesús. Es, más bien, una descarada manipulación de la revelación cristiana y una recaída en el Antiguo Testamento que empieza a contaminar al pueblo cristiano ya desde el siglo III y IV.

Nadie, medianamente culto en la historia de la fe cristiana, puede decir con propiedad que Jesús fundó una Iglesia, y mucho menos esta iglesia.

Lo único históricamente cierto es que, constatado el hecho de que Jesús vivía después de su muerte, se forma una iglesia, en el sentido de comunidad creyente distinta de Israel. Se pone en marcha un movimiento vinculado a Jesús sin culto propio, sin constitución alguna propia, ni organización con oficios específicos.

El fundamento de aquella primera comunidad de seguidores era sencillamente la profesión de fe en que ese Jesús era el Mesías. Y esa adhesión a Jesús quedaba sellada con un bautismo en su nombre, y mediante un ágape en su memoria. Ahí está la verdadera y única piedra base de la comunidad de seguidores de Jesús: la adhesión a Jesús (bautismo) y la comida fraterna (eucaristía).

Luis Alemán Mur