ESPINAS PÚRPURAS EN LA IGLESIA CATÓLICA

El tema de la pedofilia se ha ido convirtiendo en una espina que pincha a tres Papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco: el caso McCarrick es el último escándalo


El cardenal Theodore McCarrick

Cuando Benedicto XVI renunció al trono de Pedro, la rígida estructura de la Iglesia Católica quedó sin los profundos cambios que tenía pensado hacer.

Hay “demasiada porquería… Es necesario realizar una limpieza”, fueron sus palabras durante una Semana Santa, a las puertas del Coliseo de Roma. 

Se refería a culpas cometidas por sacerdotes y a la plaga monstruosa de la pedofilia. Con la llegada, por primera vez, de un Papa del Tercer Mundo, el tema desapareció de la atención mediática.

Esa calma, pero, sería temporal. En la ciudad eterna, sin embargo, se comenzaría a saber de la existencia de un poderoso e insidioso lobby de cardenales homosexuales.

Después vendría una tormenta de escándalos, desde Estados Unidos, Europa, hasta Australia, donde —se supo que unos 4.500 menores sufrieron violencia— el gobierno interrogó a los obispos. En Italia, cerca de 200 sacerdotes fueron demandados por este motivo.

No obstante, el Obispo de Roma logró reforzar la imagen de una de las más viejas instituciones del mundo y continuó realizando cambios muy importantes.

Sin embargo, el tema de la pedofilia se ha ido convirtiendo en una espina que pincha a tres Papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, que al principio se negó a admitir los abusos del sacerdote chileno, Fernando Karadima, hasta reconocer el grado de responsabilidad.

La acusación contra el sacerdote partió de cuatro hombres, jueces y la Congregación para la Doctrina de la Fe. Detrás de esa aureola estaba un criminal serial que ha destruido la vida de jóvenes adolescentes.

Después, muchas investigaciones comenzaron a apuntar el dedo contra nombres eminentes, muy vecinos al actual Papa, que han encubierto la violencia ejercida por algunos sacerdotes.

El mal humor contra el Papa latinoamericano se hizo cada vez más intenso, al punto de desacreditarlo, como sucedió en 2017, cuando algunos barrios céntricos de Roma fueron invadidos por carteles difamatorios, escritos en romanesco (dialecto de Roma) y mostrando a un Pontífice triste, preocupado y con una pesante acusa del ex nuncio en Estados unidos, Carlo Maria Viganó, que una acción mediática mundial pidió su renuncia.

Un hecho insólito que no se veía desde el tiempo de Pasquino, un romano multifacético que atacaba la curia y la política, colocando carteles satíricos durante el papado de León X y el cónclave donde salió electo Adriano X, en el 1500.

El 23 de febrero de 2001, el cardenal estadounidense Theodore Edgar McCarrick, arzobispo de Washington, D.C., le da la mano al Papa Juan Pablo II durante la audiencia general con los cardenales recién nombrados en el salón Pablo VI del Vaticano. (Massimo Sambucetti / AP)AMPLIAR

Lo cierto es que hoy el Papa está realizando una revolución silenciosa dentro la Iglesia, con mucho sabor a Teología de la Liberación, de la que habló intensamente a Roma con Gustavo Gutierrez y Leonardo Boff.

Y ahora, un nuevo capítulo. La Santa Sede acaba de publicar el ‘Informe McCarrick’, un documento de 447 páginas sobre la gloria y caída de un potente purpurado, como lo fue Theodoro Edgar McCarrick , retirado de su cargo por órdenes de Bergoglio en 2019.

McCarrick , ex arzobispo de Washington, engañó a Wojtyla y Benedicto XVI para trepar a los más altos cargos de la jerarquía eclesiástica e intentar consolidarse —sin lograrlo— en posiciones estratégicas como son New York y Chicago.

El ex cardenal fue declarado culpable de “solicitación en confesión, violación del sexto comandamiento del Decálogo menores y adultos, con la agravante de abuso de poder”.

El 6 de octubre del 2018, el Papa Francisco ordenó investigar documentos conservados en los archivos vaticanos sobre la doble vida del cardenal, caracterizada de abusos, puniciones, habladurías, mentiras y despistaje.

Alabado por medio mundo, desde el celo pastoral a la capacidad de obtener fondos. Sin embargo, las sospechas del purpurado databan desde muchas décadas.

El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, escribe en la introducción que todo fue confirmado en “más de noventa entrevistas, instituciones y personas con el fin de obtener el más preciso y completo conocimiento de los hechos”.

A todo esto, ¿qué diría hoy el sarcástico e irreverente Pasquino?