Como en un cónclave larguísimo con el mundo entero expectante, la fumata bianca al otro lado del Atlántico se hizo esperar. Finalmente, hablaron las cifras, y el candidato demócrata, Joe Biden, se convertirá en el 46.º presidente de Estados Unidos. Será, además, el segundo de fe católica. Con la sola excepción hasta ahora del también demócrata John Fitzgerald Kennedy, que hace 60 años hizo historia como primer católico en alcanzar la Casa Blanca, todos los demás presidentes del país han sido protestantes.

Joe Biden va a misa cada semana, y en actos públicos suele aludir a cómo su fe le ha sostenido ante las tragedias que le ha deparado la vida. En 1972 su primera esposa y su hija pequeña murieron en un accidente de tráfico; y en el 2015 falleció otro hijo, ya adulto, de cáncer cerebral. A sus 77 años, Biden empezó la jornada electoral del martes 3 de noviembre yendo a misa a la iglesia de Saint Joseph cerca de su casa en Greenville, y acudió después al cementerio donde reposan su primera mujer y sus dos hijos.

En uno de sus vídeos de campaña, Joe Biden dice: “Mi fe ha sido mi ancla ante los altibajos, una luz de guía que me enseñó los valores de honestidad, decencia, y a tratar con respeto a los demás. Como presidente, seguirá siendo una fuente de fortaleza”. En el vídeo, Biden asegura que la doctrina social de la Iglesia refuerza su ideario político demócrata: “Tengo la ventaja de que mi fe, la doctrina social católica, y mis ideas políticas, coinciden”.

Pero junto al énfasis en lo social, Biden acepta también el aborto en determinados supuestos, una toma de posición a la que llegó tras un hondo proceso de discernimiento personal. Y esta cuestión le ha alejado de una parte del electorado católico. El protestante Donald Trump rechaza el aborto –posición que en realidad adoptó solo al entrar en política en el 2015–, y esa es una de las razones por las que la inmensa mayoría de los evangelicals blancos le respaldan con devoción. Muchos obispos católicos han aplaudido a Trump en estos cuatro años por su antiabortismo, pero también muchos le censuraron por su despiadada actitud hacia la inmigración.

Señal probable de que los católicos estadounidenses se confeccionan un traje a medida en función de los temas a la hora de votar –un hábito muy arraigado en Europa–, los votantes católicos se han dividido casi a la par entre su correligionario Biden y el protestante Trump. La encuesta de Associated Press indica que el 50% de los católicos apoyaron a Trump, y el 49%, a Biden.

Pero si se desglosa entre católicos blancos –que ahora también forman parte del mainstream estadounidense blanco que en tiempos de Kennedy dominaban los protestantes– y católicos hispanos –más definidos por origen, migración o identidad étnica–, el asunto adquiere otro cariz. El 57% de los católicos blancos votaron a Trump, y el 42% a Biden. Y a la inversa: el 67% de los católicos hispanos respaldaron a Biden, y el 32%, a Trump. Hablar del voto católico como algo homogéneo siempre careció de sentido; esta vez, todavía más.